Escena de la serie Roma (2005) |
Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus (Epicuro, citado por Séneca).
“Esto lo digo no para muchos, sino para ti:pues somos un público bastante grande el uno para el otro”.
No, no voy a hablar de la magnífica película dirigida por Mervyn LeRoy en 1951, interpretada, entre otros, por Deborah Kerr y Robert Taylor. Los protagonistas de esta entrada, aunque podrían perfectamente desenvolverse en la antigua Roma, son vecinos de mi barrio. La primera vez que tuve la suerte de encontrármelos fue a la salida de la biblioteca. Andaba como una urraca guardando mi “pitanza literaria” en el bolso cuando llegaron a mis oídos, pronunciadas con un varonil y grave tono, exactamente esas mismas palabras: quo vadis?
Mis básicos conocimientos de latín son los que consiguió enseñarme la señorita Marina, allá por segundo de BUP, más conocida en todo el colegio como la Latina. Más tarde, dos años de Derecho Romano volvieron a cruzar en mi camino la lengua de Cicerón. Luego la vida me fue llevando por otros derroteros y el latín quedó aparcado. A pesar de no haber perseverado en su estudio, siempre he mantenido cierta fascinación por ese idioma. Al escucharlo un día cualquiera, en plena calle y en el siglo XXI, sentí una inmediata curiosidad.
Allí estaban dos hombres mayores de buena planta y pelo blanco. Estuvieron unos minutos hablando en latín y se despidieron. ¿Profesores de humanidades jubilados? ¿Actores ensayando una nueva obra? ¿Eruditos especializados en lenguas muertas? ¿Excéntricos con ganas de llamar la atención?
Desde aquel encuentro fortuito, los he vuelto a ver en otras ocasiones. Con pequeñas variaciones, siempre sucede lo mismo. Está claro que coinciden por casualidad. Saben que probablemente se verán, pero no el día y la hora concretos. No obstante, llevan el “guion aprendido” por si la reunión se materializa. Cuando esto sucede, uno de ellos inicia su declamación en latín. El otro escucha expectante, con atención, disfrutando del momento y esperando para dar la réplica. Me los imagino luciendo la túnica senatorial, argumentando en el senado o recitando un monólogo en un anfiteatro. La bolsa de la compra, de la que asoma la barra de pan o el periódico debajo del brazo, no les resta un ápice de dignidad. Supongo que preparan en casa minuciosamente sus discursos, con la idea de sorprender al otro, de pillarle en un renuncio y ganar la batalla dialéctica. Un pasatiempo intelectual y estimulante entre almas afines. Es palpable que se respetan como buenos adversarios.
Ignoro todo de ellos, pero no me hace falta saber más. Cuando el azar me da la oportunidad de verlos en acción, no puedo sino quedarme camuflada, en un segundo plano, y gozar del espectáculo. Otros transeúntes los miran extrañados e incluso alguno se ha atrevido a calificarlos de locos. Sin duda, parafraseando a Germán Coppini, son malos tiempos para la lírica, en general, y para el latín, en particular. Así nos va.
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