Por José María Ruiz del Álamo
Fotograma de la película María Antonieta, de Sofía Coppola. |
De entrada, “moda” me remite a los oropeles del mundo de la vestimenta. La ropa como la gran clave del hecho que nos concita. De hecho también ha sido vuestro primer pensamiento. Lo mismo te ves en ese grado de magnificencia desfilando por las pasarelas del glamur, ser un maniquí humano, ser modelo de los modelos, creados por modistos para que lo luzcan modelos. Valgan estas repeticiones para huir de ellos y elevarnos sobre los diseñadores. Una evolución lingüística que llevaría a los arquitectos a autoproclamarse diseñadores de edificios; los electricistas, diseñadores de conexiones, o los escritores, diseñadores de frases.
“¿Diseñas o trabajas?” fue una pregunta que estuvo en boga y en boca de todos hace tiempo, alcanzó categoría de “moda” (otra acepción del término). Una usanza significativa que acabó tornándose ridícula hasta que en un momento dado vino a desaparecer del común diálogo. Estar de moda tiene su precio.
El precio de ser pasajero. Hoy estás en lo más alto y mañana ya nadie se acuerda de ti. El tiempo desdibuja cualquier cosa. Se diluyen los tintes. O lo mismo no, ya que puede reformularse hacia el arte, hacia el clasicismo.
Y el arte se pronuncia como imperecedero, como cultura. Ahí está el Museo del Traje, en Madrid. Hágase una exposición dedicada a Karl Lagerfeld, recientemente fallecido, exposiciones de zapatos y bolsos ya se han dado. El patrón como base creadora de la pieza artística. ¿Será esto el octavo arte?, que en gran medida ha quedado expuesto en el séptimo arte. Primeras modelos como Audrey Hepburn, Sara Montiel, Charlotte Rampling, Grace Kelly, Isabella Rosellini y demás divas. Aunque uno aboga por la sencillez de Joan Fontaine con su rebeca y por el barroquismo felliniano narrado en Roma con su curia desfilando. No olvido la desgracia que conlleva robar un vestido, un Cielo negro para Susana Canales; ni la ventura que provoca el aire bajo el vestido blanco de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba, o los pantalones que luce Marlene Dietrich en Marruecos… Diseño de vestuario.
Moda es un lugar, un objeto, un juguete, una persona, una canción… Luego llegan las marcas y hasta los “influencers”, mayormente surgidos entre los “youtubers”. Los denominados creadores de tendencias, canales con miles de seguidores a la espera de la luz celestial. Lo que vulgarmente venía a llamarse críticos; pero ahora desde una perspectiva “amateur”. Un “amateurismo” con pingües beneficios, que demanda productos gratuitos para hablar bien de ellos. Dichosos ellos, dichosas tendencias.
Si abro mi armario mejor sería cerrarlo; me encuentro con prendas adquiridas en el rastro madrileño. Véanse unas camisas que ni tan siquiera necesitan ser planchadas, camisetas donde lucen estampados títulos de películas, chaquetas vaqueras, jerséis de estilos bien distintos y unos cuantos pantalones, estos últimos de Zara. Todo muy impropio, pero con el objetivo de ir vestido para no pasar frío, ¡ay si nos dejaran ir desnudicos por estas calles de Madrid! No comulgo, siempre en pecado. Bien (o mal) contrasta con quienes desean ir a la última, pero es tan cambiante ese extremo que pueden llegar a convertirse en ninfómanos/as que no llegan a alcanzar el orgasmo.
Mi ideal de armario ropero lo encontré en la película La mosca (1986), de David Cronenberg. Allí Jeff Goldblum abría su ropero y aparecían 20 pantalones iguales, 20 camisas iguales, 20 chaquetas iguales e iguales calcetines, calzoncillos y zapatos. Lograba no perder tiempo pensando qué ponerse. Y alguna vez he alcanzado ese punto, me he vestido con lo primero que he pillado.
Al fin y al cabo todo puede convertirse en una costumbre o en un determinado gusto que un grupo de personas hace propio, y que perdurarán más o menos en el tiempo… Quién no ha vivido en “garitos” claves en nuestra movida que hoy ya han pasado casi al olvido, quedará la reminiscencia, pero la moda ya queda muy lejos. ¡Ay, Macarena!, ¡ay, angelitos negros! Quién, al fin y al cabo, no ha flirteado alguna vez con la moda. No tiraré la primera piedra.
¿Habré creado tendencia mostrando mi dejadez?
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