tag:blogger.com,1999:blog-14596144841849815672024-02-19T03:45:33.227+01:00La vida en su tintaJuana Celestinohttp://www.blogger.com/profile/05902647589376488610noreply@blogger.comBlogger184125tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-36823629977485745612025-03-13T11:04:00.000+01:002018-02-23T12:15:37.530+01:00BIOGRAFÍAS Y MEMORIAS FAMILIARES<span style="color: #333333; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><b><br /></b></span>
<br />
<h2 style="background: #FAFAFA; mso-line-height-alt: 15.0pt; text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; font-size: medium; font-weight: normal; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibGPwJZq4ClYSQvG6dvNGjuWAtOlvYOwfSb-gibEkM9CahfWHUtbFycSkNABl_6FZ-RBv7NGuIqDcfsE-Mq0xX_eIGpK0RgwwkMvqr1MiQtU_CNnYKWT4CUYMqOUAlD3DLifheAoHCfAFX/s1600/Vive+la+memoria.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="45" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibGPwJZq4ClYSQvG6dvNGjuWAtOlvYOwfSb-gibEkM9CahfWHUtbFycSkNABl_6FZ-RBv7NGuIqDcfsE-Mq0xX_eIGpK0RgwwkMvqr1MiQtU_CNnYKWT4CUYMqOUAlD3DLifheAoHCfAFX/s400/Vive+la+memoria.png" width="400" /></a></div>
</h2>
<h2 style="background: #FAFAFA; mso-line-height-alt: 15.0pt; text-align: justify;">
<span style="color: #333333;"><span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Una biografía nos conecta con nuestro pasado, con<span class="apple-converted-space"> </span>nuestras raíces<b>. </b>Es<b> </b>una herencia única, vinculada con nuestra identidad, con nuestra historia familiar. Puede ser una<span class="apple-converted-space"> </span>válvula de escape con un efecto terapéutico, y una ayuda para encontrar ese hilo conductor que nos ha llevado a forjar nuestro destino. Es un gran<span class="apple-converted-space"> </span>regalo para la familia y amigos. Una biografía nos ayudará a conocernos mejor<b> </b>y a ser recordados.</span></span></h2>
<h2 style="background: rgb(250, 250, 250); text-align: justify;">
<b style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; font-size: x-large; text-align: center;"><span style="color: #333333;"> </span><a href="http://www.lavidaensutinta.com/p/metodologia_20.html" target="_blank">Cómo lo hacemos</a> <div class="separator" style="clear: both;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRb5xNCkWbSr6uYGQPKDUerRHA1fFYWOOv7FiS0wscdoGxk3DXe9ZUTNGgNJmibopXa5C1FzRFoV78SLoJf_fOL77CwytERMKpe1kmbZoZd-WK0bwSwhcqg2tQsmg6bT2gJo-A6mCl6OR_/s1600/metodologia.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="221" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRb5xNCkWbSr6uYGQPKDUerRHA1fFYWOOv7FiS0wscdoGxk3DXe9ZUTNGgNJmibopXa5C1FzRFoV78SLoJf_fOL77CwytERMKpe1kmbZoZd-WK0bwSwhcqg2tQsmg6bT2gJo-A6mCl6OR_/s400/metodologia.png" width="400" /></a></div>
</b></h2>
<span style="color: #333333; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><b><br /></b></span>Juana Celestinohttp://www.blogger.com/profile/05902647589376488610noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-18168541633793700902023-12-27T20:19:00.001+01:002023-12-27T20:19:57.315+01:00El color de la Navidad<div><br /></div>En el villancico Blue Christmas (Azul Navidad), Elvis Presley le cuenta a su amada ausente, que ella será feliz con su blanca Navidad, y que a pesar “del rojo de las decoraciones en un verde árbol de navidad”, para él simplemente será “una Navidad azul, azul, azul”. <div><br /></div><div>Tal vez el problema de estas fiestas resida en el empeño de que todo el mundo las vea del mismo color. Para muchos predominará el blanco porque simboliza la nieve, la alegría, la inocencia… Habrá quién decida teñirla de verde, por lo que supone de esperanza en el nuevo año que está a punto de comenzar. O quizá prefieran el rojo, que envuelve, por tradición, esos deseos que esperan ver cumplidos mientras apuran la última uva de la suerte. A otros muchos tan solo les rodea el gris de la indiferencia, la rutina, la soledad acompañada. Pero también se pueden vivir inmersas en un negro cegador por la tristeza que reflejan las ausencias y las sillas vacías. </div><div><br /></div><div>Quizás sería más sencillo dejar que cada uno las viva como quiera o pueda sentirlas; que se elija libremente la tonalidad con la que vestir la Navidad con la misma naturalidad con la que seleccionamos la ropa cada día. Sin presiones, sin expectativas, sin monsergas. Un “tutti fruti” liberador que nos acoja a todos por igual en unas fiestas que, como cada año, nos visitan con su estallido de luces, sombras y buenos deseos.</div><div><br /></div><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-3RYmu19S7p5dqh9qo6i5xWXtDKNRVRBETEih9ZtQSr_a-ifwi7R4XPBtCOhXXJKI7rZniaDse5wGhdY8yLXV8_Yd2HwX0CUJs6fbQniYPVJi1LCyY6mHGaXF8Jq-C3kk4O4R41QWcpfqBQpxjZcC4hdPQS1qRDiGMlq-R40gcEqT08fKRFIb_puALOx_/s1920/christmas-star-7637681_1920.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1280" data-original-width="1920" height="266" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-3RYmu19S7p5dqh9qo6i5xWXtDKNRVRBETEih9ZtQSr_a-ifwi7R4XPBtCOhXXJKI7rZniaDse5wGhdY8yLXV8_Yd2HwX0CUJs6fbQniYPVJi1LCyY6mHGaXF8Jq-C3kk4O4R41QWcpfqBQpxjZcC4hdPQS1qRDiGMlq-R40gcEqT08fKRFIb_puALOx_/w400-h266/christmas-star-7637681_1920.jpg" width="400" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto: "Christmas star" mariya.m. Pixabay.</td></tr></tbody></table><br /><div><br /></div>Marisa Díezhttp://www.blogger.com/profile/12831332493286984402noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-35586730192432212572021-05-28T10:31:00.000+02:002021-05-28T10:31:00.517+02:00El pinchazo<b>Por Marisa Díez</b><div><b><br /></b><div><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgg0T4h6vAx551TE20jnVr7eSPZes57zdwoSFRusNTQ60gykKYDXu9nS5MK88s0kzHHQdCMCJlC64KT10ZXg43FKTJR7o-1_79IuJXwBFwGvIBevO42Zx1n-VSWZiCQb-voJ2ESEwDFyuQE/s1280/vacunamundo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="720" data-original-width="1280" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgg0T4h6vAx551TE20jnVr7eSPZes57zdwoSFRusNTQ60gykKYDXu9nS5MK88s0kzHHQdCMCJlC64KT10ZXg43FKTJR7o-1_79IuJXwBFwGvIBevO42Zx1n-VSWZiCQb-voJ2ESEwDFyuQE/w400-h225/vacunamundo.jpg" width="400" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Imagen: María Pedreda<br /><br /></td></tr></tbody></table><br />Esta mañana, en el hospital Zendal de Madrid, dos mujeres se acercan nerviosas a la entrada. Una de ellas tiene cita para vacunarse y su amiga pretende a toda costa acompañarla durante el proceso. Cuando le indican que debe permanecer en el exterior, se escucha un “qué pena” y un “mucha suerte” que la mujer acierta a pronunciar casi entre sollozos. Entonces, las dos se funden en un abrazo intenso, como si esa media hora escasa que transcurrirá hasta reencontrarse fuese una eternidad, y no el tiempo mínimo necesario para llevar a cabo la vacunación. Pero ellas se abrazan como si no hubiera un mañana y yo intuyo las sonrisas cómplices de todos los que observamos la escena, escondidas bajo nuestras mascarillas. Otra vez se me nubla la vista y ese nudo en la garganta amenaza con ahogarme. Hace sólo tres días que recibí mi primera dosis y desde entonces paso de la risa al llanto con total facilidad. <br /><br />Y es que, cuando aquel mágico mensaje parpadeó en mi móvil, las horas empezaron a transcurrir con una lentitud pasmosa. No veía el día de sentarme a recibir tan esperado pinchazo. Llegado el momento, sentí claramente esa especie de elixir traspasando mi piel. Este bicho va a seguir dando guerra un tiempo más, pensé para mis adentros. Pero como estaba pletórica, abandoné todo pensamiento negativo. A continuación me dirigí a la zona que me indicaron, con una sonrisa de oreja a oreja, donde esperé los diez minutos de rigor para prevenir cualquier reacción adversa. “Vamos a por ti, maldito virus, y vamos a vencer”. Me pareció que algo similar pensaban todos los que allí esperaban en silencio, enfrascados en sus móviles; apenas se oía un susurro. Sin embargo, a mí me dio por reír. A carcajadas. Y no podía parar. <br /><br />De haber sido posible, hubiera llenado de besos a todos esos ángeles de la guarda que administran las vacunas a diestro y siniestro, por aquí y por allá, sin pausa, pero sin prisa. Hubiese querido poder explicarles lo que sentía, el agradecimiento eterno a su dedicación, pero no me salieron las palabras. Sólo acerté a dar las gracias una y otra vez. Y entonces recordé la angustia, el miedo, la sinrazón… <br /><br />Como si se tratara del tráiler de una película de ciencia ficción, visioné con claridad al abuelo que, desde su terraza, cada tarde a las ocho en punto, nos daba la señal para comenzar los aplausos. Reviví las mañanas de encierro buscando un rayo de sol que se filtrara por la ventana. Las colas interminables y silenciosas en los hipermercados. Las imágenes de hospitales en frenética actividad y las morgues colapsadas. La inquietud e incertidumbre que se adivinaba en las miradas. Y más tarde, la primera vez que vi a mi madre, cuatro meses después. Esa impotencia al no poder apenas tocarla. Y los que se fueron. Por encima de todo visioné a los que ya no están. Recordé a Rosa, de quien no pude despedirme, a pesar de conocerla de toda la vida. A Esperanza, que perdió a su hermano de manera absolutamente inesperada. A Charo, que pasó los primeros días de la pandemia ingresada en el hospital, con el miedo incrustado en el cuerpo y en el alma. Y a Manolo, a Vicenta, a Javi, a Fernando…, tantos nombres propios, conocidos y ajenos, que dieron la batalla con diferente fortuna. Sí, ahora el fin de la proyección está más cerca, pero todavía nos resta por leer los títulos de crédito. <br /><br />Aún tardaré al menos tres semanas en recibir mi segunda dosis y ya estoy haciendo planes para cuando se muestre en la pantalla el ansiado <i>the end</i>, cual vieja película de cinemascope. Espero que tan soñado pinchazo sirva para recomponer un poco mi maltrecha salud mental. Y aunque me lance a repartir sin tregua todos los abrazos contenidos durante este último año, sé con seguridad a quiénes voy a dirigirlos, de la misma manera que tengo claro los que bajo ningún concepto los recibirán. Llegado ese momento espero haber sido capaz de controlar tanta emoción absurda y desbordada, que tampoco me parece de recibo dejar escapar la lagrimilla por un simple achuchón en el Zendal. <br /><br /> <br /><br /> <br /><br /> </div></div>Marisa Díezhttp://www.blogger.com/profile/12831332493286984402noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-49530560221946912742021-01-22T15:03:00.000+01:002021-01-22T15:03:43.864+01:00El elixir<p></p><blockquote><p> </p></blockquote><p><b>Por Esperanza Goiri</b></p><p> </p><table cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkGF68dQAOsgmYWAL_GlQi5EdNe5JGqR6tAoLNjiFRLyfq84qsdUHtCg_5WlrWBVbvzSdkhgmNlt1ZVdT1c5QBckvHIi8rRz3dAeNdMCNWIt0aSnxFL3YFkspTcE0cy5PFjwv3LnfLcVg/s1703/Circe+envidiosa.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1703" data-original-width="800" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkGF68dQAOsgmYWAL_GlQi5EdNe5JGqR6tAoLNjiFRLyfq84qsdUHtCg_5WlrWBVbvzSdkhgmNlt1ZVdT1c5QBckvHIi8rRz3dAeNdMCNWIt0aSnxFL3YFkspTcE0cy5PFjwv3LnfLcVg/w301-h640/Circe+envidiosa.jpg" width="301" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><i style="text-align: left;">Circe envidiosa</i><span style="text-align: left;"> (1892), de John William Waterhouse</span></td></tr></tbody></table><p><br />Creo no equivocarme al afirmar que todo el mundo se alegró cuando cayó la última hoja del calendario de 2020. Nos las prometíamos muy felices con el nuevo año. Sin embargo 2021, al que podíamos calificar como “el deseado”, me está empezando a recordar al rey español Fernando VII, denominado también así por las ansias del pueblo de que asumiera el trono para evitar el dominio francés, pero salió rana, y en poco tiempo pasó a ser conocido como el “rey felón”.</p><p>A los hechos me remito. Estábamos disfrutando del roscón de Reyes cuando nos encontramos con la primera sorpresa, y no era el haba ni el muñequito escondidos en su masa esponjosa. Un tipo que parecía salido del grupo musical <i>Village</i> <i>People</i>, se paseaba ufano por las salas del Capitolio de los Estados Unidos, seguido de sus secuaces, pretendiendo conseguir por la fuerza lo que las urnas no les habían concedido. El mundo asistía estupefacto al asalto y ocupación del Congreso de uno de los países más poderosos del planeta. La situación, afortunadamente, fue reconducida. </p><p>Apenas recuperados del susto, Filomena entró en nuestras vidas. No se presentó de improviso. Chica educada, ya había avisado con antelación de su inminente llegada. La esperábamos emocionados: Madrid nevado y resplandeciente, fotos de ensueño… Pero como esos invitados a los que se acoge por un par de noches y luego se quedan meses en el sofá de tu casa, la <i>Filo</i> ya huele y cansa. Al igual que en los vinilos malos, nos encandiló con su cara A, pero la B ha resultado un fiasco. Bajo su inocente blancura escondía una letal arboricida (en mi calle los ha masacrado a todos); hemos tenido que aprender a caminar como pingüinos y a sortear trampas de hielo, aún así, las urgencias hospitalarias han vivido una continua “fiesta de la escayola” como la calificó uno de los accidentados. Doña Filomena se ha reído a mandíbula batiente mientras veía a los madrileños pegarse por una pala, sumidos en el caos y desconcierto de una ciudad no preparada y mal gestionada para recibirla. Se esperaba poco más que una anécdota y nos llegó un hito. Por desgracia, también ha arrebatado algunas vidas y los daños materiales son incalculables. Mientras tanto la COVID-19, celosa por su protagonismo robado, se ha vengado en forma de tercera ola y juega al despiste camuflada en nuevas cepas.</p><p>Si fuera de casa la situación es gélida, dentro nos hemos vuelto a quedar helados ante la avalancha de subida de impuestos, recortes, ERE, ERTE, toques de queda, perímetros de seguridad y demoras en la vacunación. Llamadme loca, pero ante tanta calamidad, tengo la incómoda sensación de que algo o alguien nos está mandando un mensaje, nada sutil, por cierto, y no queremos o no sabemos interpretarlo. </p><p>Todas las mañanas relleno una botella grande de agua con “aguantaformo”, resiliencia y resignación cristiana, aromatizadas con limón y jengibre. Añado mi ingrediente secreto y agito el brebaje con brío.Tras unos minutos de reposo, lo bebo a sorbitos a lo largo de la jornada y una de dos: o reviento, o patento el elixir y me forro vendiéndolo.</p><div><br /></div>Irene Adlerhttp://www.blogger.com/profile/12577785125389891294noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-31074146480375985022020-12-11T12:19:00.000+01:002020-12-11T12:19:49.192+01:00De muelas y malas hierbas<p><b><span style="font-size: 14pt; line-height: 107%;">Por
Marisa Díez</span></b></p><p><b><span style="font-size: 14pt; line-height: 107%;"><br /></span></b></p><p><b></b></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0FRru9j2GHtN46Coq8-qY574ihY8O8Fg0Bg4gNtMxRnwwpKCEwYz1iMDmvYSZiQigWgrPS6iyimeSTCmihDI_n2NgOAj2D4dYpaJEjDzLB_9s8JXGNNfshcqMxCvDNvY7c6tCD0fn6mMe/s726/Getty+images.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="484" data-original-width="726" height="266" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0FRru9j2GHtN46Coq8-qY574ihY8O8Fg0Bg4gNtMxRnwwpKCEwYz1iMDmvYSZiQigWgrPS6iyimeSTCmihDI_n2NgOAj2D4dYpaJEjDzLB_9s8JXGNNfshcqMxCvDNvY7c6tCD0fn6mMe/w400-h266/Getty+images.jpg" width="400" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Imagen: Getty images<br /><br /></td></tr></tbody></table><span style="font-size: 12pt;">Empecé 2020
con un dolor de muelas. Quizá este hecho tuvo un valor premonitorio que
entonces no fui capaz de percibir. Lo único cierto es que el primer día del año
lo pasé como pude, anestesiada bajo los efectos de un cóctel de analgésicos y
antiinflamatorios. Así que, a la mañana siguiente, no me quedó más remedio que
marcar el teléfono de mi protésico particular para suplicarle ayuda. Aunque en
su día estudió Magisterio, mi amigo Jorge decidió seguir la tradición paterna y empeñándose hasta las cejas, montó una clínica dental, lugar que jamás visito ante
el miedo acérrimo que me produce semejante especialidad sanitaria. Después de
desearnos toda clase de parabienes por el año recién inaugurado, me instó a que
acudiera en unas horas a su consulta y así uno de sus odontólogos echaría un
vistazo al origen de mis males. Le contesté de forma instintiva que igual ya no
hacía falta, porque apenas sentía una leve molestia. “No te duele porque estás
dopada. Te dejas de excusas y vienes para acá”, contestó sin atisbo de piedad.
Me abstengo de relatar lo que ocurrió en los días siguientes, dos meses de
visitas periódicas que terminaron con la promesa de volver a una revisión en
verano que todavía tengo pendiente.</span><p></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 12pt; line-height: 107%;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Jorge y yo nos conocimos en el instituto y aún
conservamos esa complicidad que fuimos cultivando durante años. Pertenece a ese
grupo de personas a quien no necesito explicar con mucho detalle lo que me
ocurre, porque con pocas palabras ya adivina más o menos por dónde pueden ir
los tiros. Nos vemos de higos a brevas, quizá por miedo a que me obligue a
tumbarme de nuevo en ese sillón maldito, más parecido a un potro de tortura,
pero mi confianza en él nunca se ha visto resentida, a pesar de las distancias.
Todo lo contrario de lo que me ha ocurrido con otro tipo de personajes que este
2020 tan peculiar se ha llevado por delante. Estaban a mi alrededor, nunca dudé
de ellos y me han tenido en el limbo durante más de media vida. Ahora puedo
afirmar que me siento satisfecha por haber despejado mi terreno de las malas
hierbas, de la misma manera que me despojé de mis dos muelas del juicio. Desde
entonces me encuentro mucho más sana, más limpia, en definitiva, más feliz, al
haber atajado el mal desde la raíz.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 12pt; line-height: 107%;">Esta misma
mañana, repasando mi actividad en alguna red social, me he parado a observar una
foto, fechada el uno de marzo, en la que fui a visitar una exposición del Metro
de Madrid. He sentido vértigo y una especie de angustia en el estómago
intentando descubrir alguna señal que pudiera predecir el caos que sobrevino
tan solo unos días después. Ahí estaba yo, tan contenta, posando con mi mejor
sonrisa, sin presagiar lo que se nos venía encima. Porque en este año de marras
hemos perdido demasiado tiempo, algunas relaciones, muestras infinitas de
cariño y la oportunidad de hacernos mejores. Pero a cambio, al menos en mi
caso, he conseguido averiguar qué parte de mi entorno deseo conservar intacto y
cuál necesita cambios urgentes o, directamente, la eliminación. Así que, de la
misma manera que me despojé sin contemplaciones de las muelas del juicio y me
vi obligada a realizar una limpieza en profundidad del resto de mi dentadura, ahora
estoy en la tarea de dilucidar cuántas piezas de mi engranaje consigo conservar
y cuáles dejo definitivamente en el contenedor de desechos. Algunas puede que,
haciendo un esfuerzo, se conviertan en reciclables, pero hay otras que ni la
mejor labor de reconstrucción conseguirá salvar, porque no siempre disponemos
de un Jorge en nuestra vida capaz de reparar lo que ya está roto sin remedio.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 12pt; line-height: 107%;">Siempre fui
aficionada a buscar el significado de los sueños y me entretiene encontrar
explicaciones en el mundo onírico. Dicen que soñar con la pérdida de las muelas
nos alerta de cambios importantes que traerán consigo consecuencias imprevisibles.
Durante los últimos meses, a menudo he tenido la sensación de estar inmersa en
una pesadilla sin final. Tan solo espero que al despertar encuentre todo limpio
y reluciente a mi alrededor, porque ya no tengo ganas de volver a hacer
limpieza.<o:p></o:p></span></p>Marisa Díezhttp://www.blogger.com/profile/12831332493286984402noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-35022836420011094922020-07-03T09:29:00.000+02:002020-07-03T09:29:03.728+02:00El día que vi "Á bout de souffle"<div class="separator" style="clear: both; text-align: left;">
<b>Por José María Ruiz del Álamo </b></div>
<br /><br />
<br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjlhNCl0C8Ea6JPV1lSDWzNThRVtRP8w27pZWpcIo8sgahnDYQ9_f3clhasFCdsa1RIyrCU-ME05PaZoZDO3QGlZN6dL69q30M6IuxUNjPkbihhhwCI0cNWgBiaeOZoz3vwJ8cBXR-fMg/s1600/A+bout+de+souffle+%2528buena%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="750" data-original-width="1000" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjlhNCl0C8Ea6JPV1lSDWzNThRVtRP8w27pZWpcIo8sgahnDYQ9_f3clhasFCdsa1RIyrCU-ME05PaZoZDO3QGlZN6dL69q30M6IuxUNjPkbihhhwCI0cNWgBiaeOZoz3vwJ8cBXR-fMg/s400/A+bout+de+souffle+%2528buena%2529.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Fotograma de la película "Al final de la escapada".</td></tr>
</tbody></table>
No debía haber visto <i>Al final de la escapada</i> (título con que se estrenó en España), razones varias así lo atestiguarían, pero como uno de vez en cuando es un ser voluble y cambia su pensar de un momento a otro. La naturaleza me pierde, porque sin saber lo que me deparaba derivé hacia la sala de un cine. <br /><br />No era un día como otro cualquiera, tal vez sí. Pongamos que sí. Como cualquier jornada del verano de mi juventud (valga decir adolescencia), barbilampiño y melena al viento, cual zagal venturoso partí a primera hora a clases de recuperación. Las zarandajas matemáticas eran mi desatino. Circunstancia tal también se extendía a los idiomas, siendo el francés un suplicio para mi alma. Cuita la mía, que entre ambas lecciones tres horas quedaban en blanco. Un tiempo que mataba entre chapuzones en la piscina y algún partido de tenis.<br />
<a name='more'></a> <br /><br />Continuos fueron los paseos por las calles de Madrid, y siendo socio (por antecedentes familiares) de la piscina del Canal, las tardes también transcurrían al arrullo de sus instalaciones. Mis padres, más de una vez, me encargaban llevar la comida fresquita. En un suspiro caminaba el trecho (del instituto a casa para recoger la neverita de mano y transportar las viandas camino de la piscina). Era llegar, darme un baño y comer. Un colmado de mesas y sillas habitábamos. Hacer la digestión devenía en una timba de cartas (lo mismo el tute que el mus). <br /><br />No eran años para la introspección y buscarse a uno mismo (al menos en mi caso). Todo era sol. Una nueva incursión en las aguas cloradas para continuar la tarde debatiéndome entre el frontón (con pelota de tenis) y la cancha de baloncesto (el pádel era un deporte ignoto por aquellos tiempos, hoy se ha convertido en el rey de aquellas instalaciones). El cuerpo aguantaba cualquier cosa. Nuevo encuentro con el baño para desentumecer los músculos tras el ejercicio físico y llegaba la hora de cenar al amparo de las estrellas. Unas cervezas ponían epílogo a la jornada. Rozando la medianoche decíamos adiós a la piscina hasta el día siguiente. Era el continuo devenir veraniego. <br /><br />Una comuna sin religión ni normas se abría paso, casi todos nos conocíamos (en mayor o menor medida). Era una isla en el asfalto madrileño. En los ojos de Ana podía perderme, pero me perdía la timidez, apenas departíamos unos saludos y unas sonrisas. Ella habitaba en la zona de arriba, mientras mi familia ocupaba el espacio inferior. Unos 200 metros nos separaban. Y esa tarde: “¿Ya te vas?”. “Al cine”, alcancé a responder. ¡Ay, si ella hubiese dicho: voy contigo! ¡Ay, si le hubiese sugerido un: ¿vienes?! ¡Ay si mis ojos hablaran tu idioma! Quizá en aquel momento pudo cambiar el rumbo de mi vida. (¡Qué exagerado!). Apenas un instante. <br /><br />Pero si habías dicho a tu madre que ibas a estudiar en casa. Todo hubiese sido perdonado si sus ojos besaran los míos. En gracia caía a mamá. Pipiolo, bobalicón. Y en verdad estudié, así te lo digo. Increíblemente elástico era el tiempo. <br /><br />Rompiendo toda regla, esa tarde no vine a ver el programa doble de sesión continua, tuve que conformarme solo con la primera película que se proyectaba en el <b>cinestudio Griffith</b>, apenas 90 minutos y partir raudo a hincar los codos. Siempre puntual, a las 18.00 horas dio inicio la magia de las imágenes en movimiento. ¿Cómo imaginar que me acercaba al <b>Griffith </b>para recibir la impresión de descubrir o experimentar por primera vez los recursos del cine? ¿Cómo percibir su deslizamiento a tumba abierta en una vasta confusión de sentimientos, con la esperanza manifiesta de encontrar nuevas limitaciones y así conquistar la libertad? Mi intelecto no era competente para responder a <b>Godard </b>(y a día de hoy tampoco se ha desarrollado para dialogar con este “genio”). Mucho más importante era llegar a casa antes que la parentela. <br /><br />Al final de mi escapada abrí la puerta del balcón. La brisa jugueteó con alegría y vine a traducir un texto. Los deberes quedaron hechos. Es más, vi la película en versión original. Puede decirse que fue una clase extra del idioma galo. Me sacrifiqué en pos de la cultura, aunque no me aficioné a <b>Godard</b>. En el recuerdo quedó la película que no llegué a ver: <i>Jules et Jim</i>, de <b>Truffaut</b>. Dormí a pierna suelta, sin el remordimiento del pecado cometido. <br /><br />Aquel 29 de agosto de 1984 no fue un día cualquiera. Más físico que introspectivo, más dulce que amargo y menos apasionado que lo deseado. Sus ojos, siempre sus ojos. En definitiva, aprobé las asignaturas y pasé de curso. Véase el texto sin moraleja, aunque...
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<br />José María Ruiz del Alamohttp://www.blogger.com/profile/17626950313196530679noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-6391323206774935222020-05-08T15:24:00.000+02:002020-05-08T15:24:41.963+02:00La caja de botones<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 12pt; margin: 0cm 0cm 0.0001pt;">
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<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 12pt; margin: 0cm 0cm 0.0001pt;">
Por Esperanza Goiri<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 12pt; margin: 0cm 0cm 0.0001pt;">
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjANL7ZRWtNR-CeJN7jC_hxL9daMUFEWfst9BLP56Qh3w8NbfvU32o36heDubcqZkHZ9f3Kf3a-Aen9KsbW08iwi3u8yI03pxVpn0iG-HCL6BHZ6wt43afWNCn7HRFnIv2TmzVuPBRejWYI/s1600/bluemorphos.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1067" data-original-width="1600" height="266" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjANL7ZRWtNR-CeJN7jC_hxL9daMUFEWfst9BLP56Qh3w8NbfvU32o36heDubcqZkHZ9f3Kf3a-Aen9KsbW08iwi3u8yI03pxVpn0iG-HCL6BHZ6wt43afWNCn7HRFnIv2TmzVuPBRejWYI/s400/bluemorphos.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Imagen: Bluemorphos</td></tr>
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<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 12pt; margin: 0cm 0cm 0.0001pt;">
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<span style="font-family: inherit;">El único suspenso escolar de mi vida fue en Pretecnología (de ese nombre no se podía esperar nada bueno). Cursaba quinto de la EGB y la señorita Pilar se empeñó en enseñarnos diferentes puntos de costura en una tela de panamá. En junio mi labor era un guiñapo atravesado por hilos de colores sin orden ni concierto. Ese verano, para recuperar, mi madre me puso a coser una hora al día en un paño nuevo. En septiembre fue presentado con orgullo torero ante la crítica mirada de la profesora. Me acuerdo perfectamente de sus palabras: “Goiri, bien, lo que se dice bien no está, pero le has puesto empeño”. Conseguí aprobar, pero juré no volver a tocar una aguja. El tiempo diluye esas declaraciones grandilocuentes. Cogerla sí la he cogido, no me ha quedado más remedio, aunque lo único que hago, si no bien, al menos decentemente, es coser un botón.</span></div>
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Los botones siempre me han gustado como objeto al margen de su utilidad. Tienen el poder de realzar o devaluar una prenda. Basta cambiarlos para que un vestido o una camisa parezcan distintos, sobre todo en estos tiempos en los que intentan que vayamos todos uniformados. Mi madre, cuando desechaba la ropa, siempre los descosía con cuidado y los guardaba en una caja para reutilizarlos. Algunos de su época son pequeñas joyas por la calidad de su material y la originalidad de su diseño. Ya no los fabrican así. Al cerrar la casa familiar heredé su caja de botones en la que metí todos los que yo había acumulado por mi cuenta. Pasé a tener superávit de botones. Ello implica buscar y rebuscar, fatigosamente entre tantas opciones, el modelo del tamaño, número y color requeridos. Así que el pasado Viernes Santo, ante una larga y tristona tarde de confinamiento, acometí la tarea de poner un poco de orden en ese maremágnum de formas y colores. Las tareas manuales siempre me relajan. Entre mis dedos se fueron deslizando los botones de pasta de trajes y abrigos paternos; unos azules, como gominolas, de un abrigo infantil con el que me sentía arrebatadora; los de las blusas de mi madre forrados en seda; unos de asta de las trencas juveniles; de madera con forma de coche de una chaqueta de mi hijo… los recuerdos asociados a esas pequeñas piezas fueron cayendo en tromba como la lluvia que mojaba Madrid.<br />
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Envuelta por la nostalgia los fui clasificando por material, tamaño o color en sus respectivas bolsitas. Antes de lo que había previsto la caja se fue vaciando. Iba a dar por finalizada la tarea cuando apareció un último botón pegado en una esquina. Lo moví con el dedo hacia el centro de la lata para verlo bien, era de un extraño y brillante amarillo limón. Desparejado, compacto, como un pequeño sol, destacaba sobre la superficie metálica. No me sonaba de nada ni pude asociarlo a una prenda. Único en su género, por textura y color, al igual que esas personas con luz propia, distintas e inclasificables que no encajan en ninguna categoría. No merecía ser embolsado ni olvidado. En un impulso, influenciada por las circunstancias que vivimos, decidí su destino sobre la marcha. Confeccioné, sin dar puntada, un marcapáginas de tela, cartón e hilo de seda del que pende el luminoso botón. Así cuando esté sumida en otras realidades, otros mundos, por cortesía del autor del libro que tenga entre manos, al mirarlo nunca olvidaré los acontecimientos que ocurrieron en esa tarde de reclusión del Viernes Santo de 2020, más Viernes de Dolores y de Pasión que nunca. Por todos los que se han ido, por todos los que nos quedamos.</div>
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Irene Adlerhttp://www.blogger.com/profile/12577785125389891294noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-43723601331778831462020-04-24T19:49:00.000+02:002020-04-24T19:49:45.397+02:00Bandera roja<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<b>Por Marisa Díez</b></div>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_vm4JgchrhcPwqmjRIlp20VrKK3pWN52b7p48lSxi-yquwoYzEY84ur9I61GushzKtU-Z557FSfg6OmnXUC-mHlOX4810uw5Da16930pKNCAunFutLhLiEg1izj9zi8Ph5fQBjwB2hJ_R/s1600/thumbnail_Getty+Images.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="420" data-original-width="960" height="175" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_vm4JgchrhcPwqmjRIlp20VrKK3pWN52b7p48lSxi-yquwoYzEY84ur9I61GushzKtU-Z557FSfg6OmnXUC-mHlOX4810uw5Da16930pKNCAunFutLhLiEg1izj9zi8Ph5fQBjwB2hJ_R/s400/thumbnail_Getty+Images.jpg" width="400" /></a></div>
<br /> <br /><br />Hace tiempo que no tengo un sueño feliz. Me refiero a uno de esos capaz de dejar en tu rostro esa extraña huella de satisfacción que no entiendes bien de dónde procede. Cuando empiezas a desperezarte eres consciente de haber sido protagonista involuntaria de una historia que terminó en el momento que despertaste. Y te quedas con cara de tonta al comprender que nada de lo que acabas de disfrutar pertenece a la esfera real. Puede que te hayas trasladado “al sitio de tu recreo”, que gozaras de la compañía de quien está lejos o de un encuentro con alguien que hace tiempo se marchó. Todo era casi tangible y ahora, ahí estás, maldiciendo por haberte despertado. Sabes que es imposible regresar a tu sueño por más que quieras intentarlo, y lo harás, esta misma noche. <br /><br />De un tiempo a esta parte no hago otra cosa que dar vueltas en la cama. A la izquierda, a la derecha, boca arriba o boca abajo. Me levanto, bebo un vaso de agua, cojo un libro o me tumbo en el sofá. Soy incapaz de dormir más de dos horas seguidas y eso dificulta la probabilidad de sumergirme en un sueño más o menos estimulante. A veces pienso que dedico demasiadas horas al día a soñar despierta y cuando llega la noche no me queda otra que cerrar los ojos e intentar relajarme. Mi cabeza me suplica que la deje descansar y por eso no consigo imaginar dormida nada que supere a lo que ya he fabulado durante el día. Dicen que a lo largo de la noche tenemos varias etapas oníricas y sin embargo hace siglos que cuando me despierto no recuerdo nada. Positivo, me refiero, porque las sombras sí que me acechan a menudo, aunque decido olvidarlas desde el momento en que comienzo la jornada. <br /><br />Pero a mí me gustaría seguir soñando también dormida. Podría viajar a mis lugares de referencia, los que ahora y en un futuro incierto, se han convertido en una quimera. Hace unos días, un poco angustiada por no sentir el sol en contacto con mi piel, me tumbé en el suelo de la habitación a la hora en la que los rayos entran con más fuerza. Y ahí mismo, con los ojos cerrados, escuché con claridad el murmullo del agua entre las piedras. Por unos minutos me evadí, recordando los buenos momentos, las risas, los abrazos… Y después, como en un quiebro, pude escuchar el sonido de las olas cuando rompen en la playa, mientras en el aire ondeaba la bandera roja ante un mar embravecido. Abrí los ojos y el presente se mostró de golpe y sin tapujos. Ahí estaba yo, tirada en el suelo de la habitación, intentando escapar de este encierro que cada día me resulta más inverosímil. <br /><br />Nadie había imaginado, ni por un momento, que tendríamos un papel protagonista en esta película de terror. No estábamos preparados ni lo vimos venir. Y ahora somos incapaces de ver el final, de la misma manera que no supimos vislumbrar el principio. Cada día me observo en el espejo, intentando descubrir si la imagen que encuentro reflejada es la misma de hace unas semanas. Podría pensar que sí, pero dudo. Quizá antes sonreía con más fuerza o aquella arruga se veía mucho menos pronunciada. No estoy segura, pero temo que al final de este encierro, nosotros, los de entonces, ya nunca volvamos a ser los mismos. <br /><br />Hace tiempo que no consigo soñar de noche lo que imagino de día. En un rato voy a tomar de nuevo mi dosis necesaria de vitamina D. El sol entra en mi habitación alrededor de las doce y parece brillar con una fuerza desconocida en este cielo tan azul que estos días luce Madrid. Pero acechan nubarrones grises en el horizonte y mucho me temo que en breve ondeará de nuevo la bandera roja. <br /><br /> Marisa Díezhttp://www.blogger.com/profile/12831332493286984402noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-21574000006352087502020-02-28T09:20:00.000+01:002020-02-28T15:57:50.183+01:00Biblioteca de Javier y Pili<b>Por José María Ruiz del Álamo </b><br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAFHUyCJDwT-jHzx32kEqSTkDOp39mU6MxbMcAYLwHWM5ob-sKglmgIjgd-QhsVrPCSSOgsatkYpiuy_gsjQm4CK9XgjNtIuCvWQxFZ_Jx65orOZrUqoYqNDCb9lSW44pqPse-W9klSUQ/s1600/Biblioteca+%25282%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="900" data-original-width="1600" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAFHUyCJDwT-jHzx32kEqSTkDOp39mU6MxbMcAYLwHWM5ob-sKglmgIjgd-QhsVrPCSSOgsatkYpiuy_gsjQm4CK9XgjNtIuCvWQxFZ_Jx65orOZrUqoYqNDCb9lSW44pqPse-W9klSUQ/s400/Biblioteca+%25282%2529.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="background-color: white; color: #3c4043; font-family: roboto, helveticaneue, arial, sans-serif; font-size: 14px; text-align: start;">Librería de la Cuesta de Moyano. EFE.</span></td></tr>
</tbody></table>
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Nada como sentarse en el sofá un sábado a mediodía, máxime cuando los rayos del sol comienzan a atravesar el cristal del balcón y tornan a posarse en él. Allí me arrebujo. ¡Qué gustito, qué a gustito! Música, bebida y una novela completan la naturaleza (no muerta). ¡Cómo luce el astro en este febrero 2020!<br />
<br />
Hora y media de absoluta calma. Atrás dejo los quehaceres de la semana, ya el domingo me plantearé nuevos avatares. Cada quien marca sus horarios, a esa libertad me atengo. Paz, para qué más. Al tocadiscos le encanta <b>Ennio Morricone</b>, un cubito de hielo demanda el vermut, y un lance con la prosa de <b>Simenon</b>. Concretamente, <i>Maigret en los bajos fondos</i>. <br />
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Al principio no le di mayor importancia, mientras comía tomé conciencia y durante el café reparé en ello. En la primera página del libro estaba escrito: “Javier y Pili, noviembre 1973”. ¿Y en la última? “Se terminó de imprimir en el mes de enero de 1964…”, pero debajo concurría un exlibris rectangular, donde aparecían en la zona media dos muñequitos de esos que recortamos el día de los inocentes; por encima de ellos, en letras mayúsculas y en dos líneas: “Biblioteca de Javier y Pili”, los nombres con un tamaño mayor; la parte inferior venía marcada por una palabra, también en mayúsculas, pero con un cuerpo pequeño: “número”, y una raya a continuación. Sobre ella, y escrito a bolígrafo, “1.692”. <br />
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Me gusta pasear por librerías de segunda mano y rebuscar, pero con la mirada puesta en completar algunas colecciones, como esta del comisario <b>Maigret</b>, y bajo cuatro distintos formatos de cubierta lo conseguí. A euro cada libro. ¿Y si…?, ¿por qué no? Me dio por pensar. Decidido. Al día siguiente revisé todo el serial de novelas, y Javier y Pili aparecían en 21 de ellas. <br />
<br />
Bien se podía fabular, o no tanto, máxime si las pistas eran claras. Solo cabía encajar las piezas del puzle y desvelar el misterio. Con algunos recovecos y más de una contrariedad me encontré. Por un lado, no coincidía el orden de la colección con la numeración de la biblioteca, ni la fecha de edición del libro con el mes escrito por ellos. De ahí que desorientase este “desorden”. Pero, hecho curioso, tres huellas dactilares ponían las cosas en su sitio. <br />
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Perdonen tantos dígitos, pero son datos. Así el primer libro está datado con el número 1598, corresponde al guarismo 78 (<i>Maigret y el confidente)</i>, impreso por el editor Luis de Caralt en noviembre de 1972, y escrito a bolígrafo “enero 1973, viaje de Javier a Marbella”. Un libro en la maleta, regalo de Pili, una sentida separación (¿por motivo laboral?), quizá la primera tras el matrimonio. ¿Cómo aventurarse sobre los 1597 volúmenes anteriores? ¿Unieron sus bibliotecas al juntar sus corazones? El número 1603 (guarismo 77) concreta más, ya que se lee “Alburquerque, XX” (obviemos el número), sobre febrero 1973. <br />
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Podría significar que por fin han inaugurado casa, una larga mudanza, toda una obra, el desembalaje completado, todo en orden, cada mueble en el lugar correspondiente, incluido un fichero. Los siguientes números de la biblioteca no se corresponden con los guarismos de la colección, así la fecha de impresión dista mucho de la sellada por Javier y Pili. Elucubro que uno de ellos poseía algunas novelas de Maigret antes de casarse y decidieron buscar los libros que les faltaban. Algunos podrían ser también de segunda mano. <br />
<br />
En última instancia, ya vienen a coincidir la edición con la catalogación, apenas entre cinco y diez libros se interponen entre uno y otro de la colección. Bien se daban a la lectura, bien compartían alegrías. ¿Tendrían una sola habitación para asentar toda su biblioteca? Era un hogar feliz, máxime al ver el número 2065, <i>Maigret y monsieur Charles</i>, el guarismo 79 de la serie, ya que apostillan: “después de nacer Alicia”. Estamos en mayo de 1976. <br />
<br />
Casi tres años de sus vidas se fijan hoy en mi biblioteca. Unos libros que tomaron calor en el barrio de Chamberí, y fueron vendidos a una familia que posee tres librerías en Madrid. ¿Cuál fue el motivo de tal desprendimiento? Entre los años 2010-2015 encontré estos volúmenes en Cuatro Caminos. Sí, seguro que fue allí. De momento los atesoro en el distrito de Tetuán. Los libros han recorrido casi siete kilómetros. Dentro de cuarenta años, ¿qué rumbo tomarán? <br />
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José María Ruiz del Alamohttp://www.blogger.com/profile/17626950313196530679noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-40620101232419633862020-02-14T12:05:00.000+01:002020-02-17T13:56:44.344+01:00La piscina<br />
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Por Esperanza Goiri<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGcFK9nsjqetr1lQl1kveXK5lNCKXWbL5UOueHAUYAicSh6jG4qaxHUR8IRWmiHEjWM-RfnhdHdy6z2KYH-2u0kLcCteg6KjFZtwcP_FhpJSPegvQ_8hMSZoBVmnsk9TIHZvE-3HXF7RFy/s1600/piscina+blanco+y+negro+2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1067" data-original-width="1600" height="424" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGcFK9nsjqetr1lQl1kveXK5lNCKXWbL5UOueHAUYAicSh6jG4qaxHUR8IRWmiHEjWM-RfnhdHdy6z2KYH-2u0kLcCteg6KjFZtwcP_FhpJSPegvQ_8hMSZoBVmnsk9TIHZvE-3HXF7RFy/s640/piscina+blanco+y+negro+2.jpg" width="640" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Imagen: ddzphoto</td></tr>
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Mi edificio no tiene piscina, lo que podría calificarse de rareza ya que el resto de los colindantes, de la misma época, disponen todos de una. Personalmente no me importa, nunca me han atraído las piscinas y mucho menos las comunitarias. El caso es que tenemos vistas directas a dos de ellas. Cuando mi hijo era pequeño me daba pena porque, en verano, en muchas ocasiones le pillé pegado al cristal de la ventana observando las evoluciones acuáticas de los vecinos. Se parecía a esos niños que arriman sus naricillas al escaparate de una juguetería alejados de los tesoros expuestos por un frágil vidrio. Trataba de consolarle, con escaso éxito, argumentando que él disfrutaba durante unas semanas del mar Cantábrico que era infinitamente mejor. Medio en broma medio en serio, todavía se queja de esa carencia.</div>
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Es justo reconocer que, aun en plena temporada “piscinera”, al tratarse de dos comunidades pequeñas y cívicas, no provocan los ruidos e inconvenientes asociados a ese entorno. Así que durante el día me olvido por completo de su existencia. Sin embargo, admito que, en alguna tórrida noche estival, asomada a la ventana, me he quedado absorta observándolas. Las piscinas están separadas por un muro medianero, pero tienen casi el mismo tamaño y quedan paralelas. En la oscuridad, iluminadas por sus focos interiores, destacan como dos enormes ojos. Difieren en su color, una es de intenso turquesa; la otra, de un verde azulado. Al igual que las personas y animales con heterocromía, esas pupilas acuáticas producen un efecto inquietante y sugestivo al mismo tiempo. No soy la única atrapada por su influjo. En su contemplación, más de una vez he coincidido con un hermoso gato negro, uno de los muchos que viven en el solar próximo. Siempre llega solo. Tras saltar la pared, pasea majestuoso y elegante por el bordillo de la piscina hasta dejarse caer con indolencia en un punto concreto, al lado de una de las escalerillas. Ambos compartimos el espacio, próximos pero ajenos el uno del otro. Yo, dándole vueltas a esos pensamientos, a veces absurdos, que asaltan a los insomnes. Él, sumido en razonamientos gatunos, cualesquiera que sean. Los dos disfrutando de la tranquilidad nocturna y de la sensación de frescor proporcionada por el agua.<br />
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No sé si el próximo verano podré gozar de esos momentos. El terreno ha sido invadido por un ejército de grúas y los felinos han huido en busca de otro refugio. Una de las piscinas no ha sido protegida de las inclemencias del tiempo con la preceptiva lona. Su bonito color turquesa ha mutado a un siniestro tono negruzco. En las frías mañanas invernales, cuando levanto la persiana y la miro, no me extrañaría ver asomar de su interior a una rara y horripilante criatura acuática. También podría servir perfectamente para el rodaje de un<i> thriller</i> de esos que empiezan con un cadáver flotando en la piscina de una pacífica comunidad. Al margen de hipótesis descabelladas e inverosímiles, es evidente que algo ha fallado en el mantenimiento del agua y por cuestiones técnicas será inviable acometer la solución durante el invierno.<br />
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No obstante, a medida que pasan los días y compruebo su degradación siento un incómodo malestar. Es como tener un recordatorio tangible y doméstico de la preocupante realidad que nos rodea. En primavera la piscina será saneada y volverá a lucir su luminoso turquesa. ¿Y si al recuperar su color también se produjera, como sucede en los cuentos, una transformación del mundo? ¿No lo os creéis? La verdad, yo tampoco. Era por si colaba.<br />
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Irene Adlerhttp://www.blogger.com/profile/12577785125389891294noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-68680603376125985272020-01-31T16:19:00.000+01:002020-01-31T16:19:36.495+01:00Burlas del destino<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<b>Por Juana Celestino</b></div>
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhifUcLjhAxwZJLIxb3TXo8T6Ln3keDsWZ1q2fDo_EZK0kt59FFJRqOev_8PxllmgXRDEvCkYov90_ukZ8KXix5G_UPNJsihyAQd2hYXFiHLEya5RITk5YXbOsopVGXjlNaxkt3qMaM9so/s1600/hopper_chair-car.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="812" data-original-width="1036" height="501" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhifUcLjhAxwZJLIxb3TXo8T6Ln3keDsWZ1q2fDo_EZK0kt59FFJRqOev_8PxllmgXRDEvCkYov90_ukZ8KXix5G_UPNJsihyAQd2hYXFiHLEya5RITk5YXbOsopVGXjlNaxkt3qMaM9so/s640/hopper_chair-car.jpg" width="640" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="background-color: white; color: #52565a; font-family: arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.98px; text-align: left;"><i>Chair Car</i></span><span style="background-color: white; color: #3c4043; font-family: arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.98px; text-align: left;"><i> </i>(1965), de Edward </span><span style="background-color: white; color: #52565a; font-family: arial, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 21.98px; text-align: left;">Hopper</span></td></tr>
</tbody></table>
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Cuanto más envejecía menos le interesaba el futuro. Tenía algunos ahorros y una pensión decente, pero sus días eran de una pobreza existencial extrema. No es que el trabajo que había desempeñado a lo largo de su vida fuera algo del otro mundo y le dejara un gran vacío. Al contrario, había estudiado una carrera que no le importó ni mucho ni poco y toda su trayectoria laboral se podía resumir en reuniones interminables y horas de engorroso papeleo. A diferencia de sus compañeros, no vio en la jubilación forzosa una señal, el empujoncito que algunos necesitan para saltar a la siguiente etapa, la de recapitulación, y sentarse en su sillón favorito a reflexionar sobre el porqué de las cosas o a disfrutar del ocio y las aficiones. No era su caso. Ya había realizado todas las tareas convencionales —madurar, buscar trabajo, casarse, tener hijos—, y se le estaba acabando la cuerda. No esperaba nada de la vida. Las emociones de la juventud habían menguado sin ser sustituidas por otras nuevas. Ni tan siquiera la evocación de gratos momentos le servía de estímulo: aquel enamoramiento que cambió su vida ahora se presentaba en su memoria banal e impreciso; aquellas vacaciones exóticas, la carrera deportiva que ganó en la escuela… Recuerdos que “ya no me conmueven”, se sorprendió diciendo en voz alta mientras miraba por la ventanilla del tren. Quizá porque no se había implicado realmente en ello: se dejó arrastrar a un matrimonio impulsado y organizado principalmente por su pareja; por la misma razón conoció otros países, aunque siempre le dio pereza viajar, y puede que esa medalla deportiva la ganara porque sabía que su padre se sentiría orgulloso. En realidad, su vida había sido un continuo esfuerzo por encajar en unos parámetros familiares, sociales y laborales y no se molestó en pensar si se ajustaban a la clase de persona que era y a lo que deseaba. <br />De pronto reparó en que estaba de pie y abandonaba su asiento; con cierta parsimonia atravesó el vagón hacia la puerta de salida y la abrió tirando con fuerza. Había tomado una decisión, y un entusiasmo que no sentía desde hace tiempo sustituía ahora a su anterior indiferencia. El viento azotaba su rostro, dio un paso y vaciló, no por indecisión, sino para calibrar mejor las posibilidades de éxito. El paisaje que atravesaban le pareció demasiado llano para su propósito, conocía el recorrido y creyó conveniente esperar hasta llegar al desfiladero antes de entrar en el túnel; entonces lo haría. No se trataba de una fuga, sino la salida voluntaria de un escenario al que se había subido sin ser consciente de su consentimiento. Era un acto de libertad. Esperaba el momento idóneo para dar el salto, cuando la máquina de un bandazo le hizo perder el equilibrio y golpeó contra la puerta su cuerpo que rebotó hacia el exterior. Rodó por la despreciada llanura al tiempo que llegaba a sus oídos el estruendo provocado por el choque de trenes. Con tan solo algunas magulladuras y rasguños causados por la maleza, contempló con perplejidad el amasijo de hierros en que se había convertido su vagón.Juana Celestinohttp://www.blogger.com/profile/05902647589376488610noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-63673126654503634092019-12-13T09:11:00.000+01:002019-12-13T09:14:04.708+01:00Acaece<b>Por José María Ruiz del Álamo </b><br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhH_lcTm5LAotPx4yx_X6A844-yVWgwH9Xp_4THdCMoTLAM_G0It1G0oVC_86ZS_D9NPU2DHbnozYysYyWOSSsflWG5bwaVL-HruZT9fkiyEtRGM-09USafIpTzI4aYvHfq0WzJcF4pOyA/s1600/Acaece+%2528MIr%25C3%25B3+2%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="728" data-original-width="900" height="322" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhH_lcTm5LAotPx4yx_X6A844-yVWgwH9Xp_4THdCMoTLAM_G0It1G0oVC_86ZS_D9NPU2DHbnozYysYyWOSSsflWG5bwaVL-HruZT9fkiyEtRGM-09USafIpTzI4aYvHfq0WzJcF4pOyA/s400/Acaece+%2528MIr%25C3%25B3+2%2529.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><i>Golondrina - Amor</i> (1934), de Joan Miró.</td></tr>
</tbody></table>
Un segundo y acaece la vida. Dichosa palabra sin poesía, prosa universal: vida. No busques un verso, asfixiado queda por la hipoteca; dada a la prosopopeya, ¡menuda epopeya!, sin pompa y con mucha circunstancia. <br />
<br />
Siempre en el crecer acaece el ser: arroyo volcánico de sentimientos, profundo lago de reflexión, catarata de tribulaciones administrativas, río de la vida, charco nigérrimo, afluente reverberante y océano de soledad.<br />
<a name='more'></a> <br />
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Porque cuando una sonrisa acaece, se dibuja el amanecer; así tras un beso alumbra la aurora boreal, y ante el amor no hay palabras que describan la paz. Si tu mirada acaece, me pierdo en ella, con tu risa se olvida la penuria y cuando la lluvia burbujea en tu pelo me desvelo. <br />
<br />
En el quehacer la vida en el vientre soy tú, en el brotar una sinfonía del alma eres yo, y en el vivir la existencia somos uno. <br />
<br />
Mas la realidad acaece (con muchos peros). ¡Qué es eso de vivir en las nubes! Resurgen los gritos del silencio, la penuria del desconsuelo, los truenos del infierno, la amargura del recuerdo. Sal para mis heridas, ya acaecen lágrimas y pesares, espejo cóncavo que refleja, sin ambages, el esperpento. <br />
<br />
Una rima, dos tormentos; iracundo crédito vencido, desahucio inminente. Un verso que se transmuta en alejandrino, y ante la funesta subida de la luz di “no”. Dichoso soneto (con sus cuartetos y tercetos), ¿quién nos libra de la aflicción? <br />
<br />
Sucede que la vida acontece y ante ella acaecen arremolinados arroyos de pasiones.
<br />
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<br />José María Ruiz del Alamohttp://www.blogger.com/profile/17626950313196530679noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-52930598633167841452019-11-22T15:13:00.000+01:002019-11-22T16:42:25.514+01:00De carne y hueso<div class="separator" style="clear: both; text-align: left;">
Por Esperanza Goiri</div>
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjA0QUJqdkiM3OzH2UVDF7vrNHqmE9BUvv9CFhSQeHs5PEKDJYHDJNpas9ZXMldS-Zzxg-9Q3FRG-xziZaan8-2rp61uXW3dLXk_gobuoWa1ImHVLUenrzKai00JPhThAdI_l6Q-u4xadZ2/s1600/Marilyn+Monroe+firmando+auto%25CC%2581grafos+para+sus+fans+en+1953.+Foto+Milton+Greene.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="863" data-original-width="1100" height="500" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjA0QUJqdkiM3OzH2UVDF7vrNHqmE9BUvv9CFhSQeHs5PEKDJYHDJNpas9ZXMldS-Zzxg-9Q3FRG-xziZaan8-2rp61uXW3dLXk_gobuoWa1ImHVLUenrzKai00JPhThAdI_l6Q-u4xadZ2/s640/Marilyn+Monroe+firmando+auto%25CC%2581grafos+para+sus+fans+en+1953.+Foto+Milton+Greene.jpg" width="640" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><i>Marilyn Monroe firmando autógrafos para sus fans en 1953</i>. Foto: Milton Greene</td></tr>
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En uno de los capítulos de la magnífica serie inglesa <i>The Crown</i>, el duque de Edimburgo aprovecha el paso por Gran Bretaña de los astronautas norteamericanos Armstrong, Collins y Aldrin, para solicitarles una entrevista a solas. Los admira profundamente, tras seguir toda la aventura espacial por la televisión, y le ilusiona compartir con ellos una audiencia privada, sin testigos. Protocolo le concede un cuarto de hora que, a priori, le parece muy poco tiempo para conocer a semejantes fenómenos. Sin embargo, cuando los tiene delante, enseguida se palpa su terrible decepción ante las respuestas y reacciones de sus interlocutores. Más tarde comenta a alguien de su confianza que esperaba encontrar a tres seres excepcionales, no a unos hombres normales y corrientes apabullados ante las alfombras y lámparas de Buckingham. </div>
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En esa ocasión, el duque de Edimburgo se mostró expectante e inquieto como estaría cualquiera al conocer a alguien famoso. Pero olvidó un pequeño detalle que, tal vez, le hubiera evitado el chasco ante la conducta de sus héroes. No tuvo en cuenta que él mismo también era un personaje público. Como tal, ya había percibido, en otras situaciones, claras señales de desilusión en sus propios admiradores que esperaban encontrar a un digno representante de la Corona Británica y solo hallaron a un sujeto mal encarado y sarcástico. Obvió que detrás de cada celebridad hay una persona de carne y hueso. Como simples seres mortales, tienen malos días, padecen dolencias, pueden ser inseguros, ególatras, tiranos, simples, acomplejados… Incurrir en manías, supersticiones, cambiar de opinión, cansarse o ser infinitamente aburridos. Cada uno arrastra sus propias circunstancias y es imposible que encajen en las ideas preconcebidas que cada simpatizante tenga de ellos. Hay muchas papeletas para que pierdan en el cara a cara. Ya se sabe que las expectativas de los demás pueden ser un pozo sin fondo. <br />
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Nunca he sido mitómana. Me gusta separar la obra de la personalidad de los autores. No he ido jamás a una firma de libros, ni he esperado una fila interminable para conseguir un autógrafo o una foto abrazada a mis cantantes favoritos. En primer lugar, por ser una tímida irredenta y sobre todo porque me parece muy injusto exigir a alguien, por haber desarrollado algún don o talento, que sea admirable, encantador e infalible a tiempo completo. Habrá casos en que se produzca esa mágica conjunción entre persona y personaje, pero lo habitual es que, en la esfera privada, sean seres comunes y ordinarios. Que hablen por ellos sus obras, textos, melodías, letras y composiciones. Dejemos que vivan sus existencias como mejor puedan o sepan. <br />
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Hace unos años mi marido me sorprendió regalándome por mi cumpleaños unas entradas para un concierto en Palencia de uno de mis grupos favoritos: Los Secretos. Tras la actuación, roncos y cansados, nos fuimos al hotel. A la mañana siguiente, mientras cerraba la maleta, mi “santo” irrumpió en la habitación muy excitado para decirme que, por esas casualidades de la vida, la banda se alojaba en el mismo establecimiento y acababa de verla en la recepción haciendo e<i>l check out</i>. Me animó a bajar y a sacarme con ellos una foto de recuerdo. Ante su sorpresa no lo hice. ¿Para qué? Todo lo que podían ofrecerme como artistas ya lo habían dado la noche anterior. Seguí recogiendo mi equipaje mientras me venía a la cabeza una estrofa de la canción <i>Ojos de gata</i> de Enrique Urquijo: “Comentó por ahí que yo era un chaval ordinario, pero cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario”. Pues eso. </div>
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Irene Adlerhttp://www.blogger.com/profile/12577785125389891294noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-4278332060286215052019-11-08T16:07:00.001+01:002019-11-18T16:57:41.554+01:00Las enseñanzas de Mafalda<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmnPmxG6TYj-g6DJI2XqqgKXR9sOWTC2z_RffisesPUYbXASM6IZOSVpeyEa8PIamGodEFLGN-dQrLv4cC9Y9QeTjopskmZXsk_5vinI2SzKsEQ47CIGyqaCQUupV1IKEVJTw2y8Qvdio/s1600/MAFALDA.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="755" data-original-width="1200" height="201" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmnPmxG6TYj-g6DJI2XqqgKXR9sOWTC2z_RffisesPUYbXASM6IZOSVpeyEa8PIamGodEFLGN-dQrLv4cC9Y9QeTjopskmZXsk_5vinI2SzKsEQ47CIGyqaCQUupV1IKEVJTw2y8Qvdio/s320/MAFALDA.jpg" width="320" /></a></div>
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<b>Por Juana Celestino</b><br />
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Conocí a Mafalda ya siendo adulta. Fue en casa de un compañero de COU; mientras curioseaba en su biblioteca descubrí la obra de Quino que pronto me fascinó con su poderosa imaginería visual y el rompedor discurso tan adelantado en el tiempo. De una sentada leí la colección completa con las aventuras de esta niña —que odia la sopa, tiene una tortuga llamada Burocracia, no soporta a James Bond y es fan del Pájaro Loco, hasta el punto de pedir a gritos que se le conceda un Óscar— recibiendo un soplo de aire fresco con su humor y sus verdades que forman todo un catálogo doméstico-social. <br />
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El genial <a href="https://ca.wikipedia.org/wiki/Quino" target="_blank">Joaquín Salvador LavadoTejón</a>, Quino, fue merecidamente galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2014 “por sus lúcidos mensajes que siguen vigentes, por haber combinado con sabiduría la simplicidad en el trazo del dibujo con la profundidad de su pensamiento, y por el enorme valor educativo de su obra”. El padre de la universal Mafalda ha creado una de las obras más honestas que se hayan publicado, con una galería de personajes que representan diferentes arquetipos de adultos: Manolito, el materialista admirador de Rockefeller; Susanita, el ama de casa conservadora y conformista; el eterno soñador Felipe; Miguelito, otro soñador, pero muy ególatra y narcisista; la anarquista, crítica e incisiva Libertad; el ingenuo Guille. Todos ellos aún perviven; acompañan y complementan el mundo de Mafalda, esta pequeña filósofa que debería ser declarada en opinión de muchos (y también en la mía) Patrimonio de la Humanidad.<br />
<a name='more'></a><br />
He recordado a Mafalda porque algunas librerías han expuesto el recopilatorio de sus andanzas con motivo de su 55 aniversario. Años revolucionarios aquellos 60 y 70, cuando miles de jóvenes idealistas trataban de cambiar y mejorar el mundo; ese fue el escenario de Mafalda, y desde ahí nos dejó importantes lecciones que hemos aprendido a lo largo de su vida. La editorial Lumen ha recuperado esta joya con la reedición de las tiras cómicas que vuelven a enraizarse en un presente donde siguen cobrando sentido. Mafalda ha regresado, en realidad nunca se había marchado, su espíritu ha permanecido latente durante varias décadas. Las viñetas de la irreverente, concienciada y encantadora Mafalda son todo un clásico que con los años van ganando en contenido.<br />
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La crisis, el paro o la corrupción están dando nueva actualidad al personaje. La situación político-social y lo que critica este icono atemporal desde hace más de cincuenta años es la misma y sigue teniendo vigencia para los más jóvenes. Con su personaje, Quino nos enseña a luchar por los derechos humanos, a trabajar por la paz mundial y, sobre todo, a no perder nunca los ideales. Mediante el humor sarcástico, pero a la vez inocente de una niña superdotada, Quino abordó problemas mundiales. Mafalda se da cuenta de algo muy peculiar, que todos los países subdesarrollados “viven cabeza abajo” e intenta resolverlo de una manera muy astuta: virando el globo terráqueo al revés; cree que al hemisferio sur se le caen las ideas por vivir cabeza abajo, pues se da la circunstancia de que siempre es el hemisferio norte el que mueve las fichas en el tablero internacional, lo que deja al sur en un segundo plano y en clara desventaja. Mafalda lucha incansablemente por lograr la paz y el desarme mundial identificándose con las Naciones Unidas y sus llamamientos a la paz; lamentablemente, también se da cuenta de que estas voces no son escuchadas. Los valores que predominan en las historietas son éticos, democráticos, ambientales y del respeto y reconocimiento del otro como sujeto social. </div>
<div>
Destaca el papel de la familia. Raquel, la madre de Mafalda, dejó sus estudios para formar una familia, algo que siempre le reprocha su hija, defensora acérrima del empoderamiento de la mujer; como cuando al verla agobiada por las tareas domésticas le pregunta: “Mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras?”. El padre, que carece de nombre, trabaja como agente de seguros y su mayor preocupación es que a su familia no le falte dinero y disfrute de cierto ascenso social comprando un coche y un televisor. Quino ve a la familia como una comunidad donde están de más las jerarquías de poder: “En esta familia no hay jefes, somos una cooperativa”, responde Mafalda a un vendedor que llama a su puerta y pregunta por el jefe de la casa. Los jefes no deben existir en la familia, más bien debería estar formada por un conjunto de afectos donde uno escoge a quién amar y no se siente obligado porque así debe ser. La familia es compartir deseos, y en Mafalda residen los más grandes: los derechos humanos, la bondad como guía y, sobre todo, el humor.<br />
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Juana Celestinohttp://www.blogger.com/profile/05902647589376488610noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-57301191951573398772019-10-18T14:06:00.000+02:002019-10-20T10:22:57.700+02:00Empatía<br />
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<b><span style="font-size: 14.0pt; line-height: 107%;">Por
Marisa Díez<o:p></o:p></span></b></div>
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<b><span style="font-size: 14.0pt; line-height: 107%;"><br /></span></b></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLDeUWP2nVid8F3PfJdTPTA_dkxh779AM-2VWuwBq5-AES0r4lEKJIwjcahpsPvp7z2QyPDHarA9RkOsspgH-DAmBRUFaeSj1aCdoi0GsGn28nND1eqQtrNPhVI49jr7-Fm77lvrFxBs1F/s1600/thumbnail_Ilustraci%25C3%25B3n+de+Christian+Schloe.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="640" data-original-width="800" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLDeUWP2nVid8F3PfJdTPTA_dkxh779AM-2VWuwBq5-AES0r4lEKJIwjcahpsPvp7z2QyPDHarA9RkOsspgH-DAmBRUFaeSj1aCdoi0GsGn28nND1eqQtrNPhVI49jr7-Fm77lvrFxBs1F/s400/thumbnail_Ilustraci%25C3%25B3n+de+Christian+Schloe.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Ilustración de Christian Schloe</td></tr>
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<b><span style="font-size: 14.0pt; line-height: 107%;"><br /></span></b></div>
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Lleva meses intentando plantar cara a una situación que le está provocando verdaderos quebraderos de cabeza. Hace unos días la encontré hecha un mar de dudas, sin saber a ciencia cierta cómo afrontar las consecuencias inevitables de un suceso inesperado. Me confesó haber echado en falta el apoyo de quienes creía fieles. Pero, en contrapartida, ha descubierto que más allá de lealtades inquebrantables de las que nunca dudó, también se ha cruzado con personas que le han sorprendido por su solidaridad. Ha extrañado a algunos que suponía incondicionales y, sin embargo, ha sentido el respaldo de quienes menos esperaba. Se llama empatía, le contesté mientras se afanaba en explicármelo, y consiste en la capacidad de ponernos en el lugar del otro y comprender su realidad por encima de nuestra propia visión personal.</div>
<br />
Se había hecho estas reflexiones tras enfrentarse a una especie de caos que, por unos días, puso su vida patas arriba. No lo vio venir y tuvo que lidiar con la incomprensión de quienes la acusaron de no haber estado lo suficientemente alerta. Se sintió perdida y un poco abandonada, mientras intentaba poner orden en todo aquel desconcierto. El mero hecho de tener que superar una situación que consideró extrema, dejó al descubierto su vulnerabilidad. Hasta ese momento estaba convencida de ser fuerte, pero empezó a ser consciente de su absoluta incapacidad para luchar contra lo desconocido y, por momentos, se vio desbordada y exhausta.<br />
<a name='more'></a><br />
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Entonces recordó que hace algún tiempo, durante la noche, tuvo uno de esos sueños impactantes para el que se empeñó en buscar, sin lograrlo, un significado esclarecedor. Al llegar a casa de su madre, como cada día desde hacía años, la encontró vacía, sometida a unas repentinas obras que habían dejado todo manga por hombro. Parecía que la hubiese asolado un tornado o una especie de vendaval. Alarmada, había corrido a refugiarse en casa de sus vecinos, los de toda la vida, a quienes consideraba parte de su propia familia y donde aún reinaba el orden. Ellos le hablaron de una supuesta reforma y de que a partir de entonces todo sería diferente. Iba a necesitar un tiempo para amoldarse, pero tarde o temprano podría constatar cómo ese maremágnum que se había desatado serviría para arreglar lo que de repente estaba en ruinas. <br />
<br />
Fue consciente de que, a menudo, los cambios sobrevienen en el momento más inesperado e inoportuno, que es conveniente prestar atención e intentar descubrir ciertas señales indicadoras, aunque tampoco existan demasiadas opciones para revertir el proceso cuando este ya ha comenzado. Y entonces entendió hasta qué punto había vivido en la ignorancia, apoyada en personas equivocadas o confiando en aquellos de quienes nunca recibió, ni de lejos, lo mismo que les ofreció durante años. <br />
<br />
Empatía, le repetí. El vocablo en sí suena bonito y tampoco es tan difícil de llevar a la práctica. Intentar ponernos en la piel del otro ayudaría a que nos comprendiéramos mejor también a nosotros mismos, consiguiendo quizá tomar las decisiones adecuadas con bastante más tranquilidad y mayores posibilidades de éxito. El sólo hecho de admitir que nadie está nunca en posesión de la verdad absoluta nos añadiría un plus de conocimiento y un extra de tolerancia del que, sin duda, ninguno andamos sobrados.Marisa Díezhttp://www.blogger.com/profile/12831332493286984402noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-18325632014269412712019-09-27T09:48:00.000+02:002019-09-27T09:48:54.261+02:00Calendario de vida<b>Por José María Ruiz del Álamo</b><br /><div>
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZqe5NjX1rYOIeuNuRiBXYiFgxE1rRhhfHhhpUI1E_fyfwt8HFhaUHeuDueOPE4fLwEkUpJ-RMReZtXhgJLH3UdX7vKv-j0livziNTSbjrXMyumpsf9CgpWYEaY_NUYOTq1JBCm-C4Q68/s1600/CALENDARIO+%2528La+bestia%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1600" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZqe5NjX1rYOIeuNuRiBXYiFgxE1rRhhfHhhpUI1E_fyfwt8HFhaUHeuDueOPE4fLwEkUpJ-RMReZtXhgJLH3UdX7vKv-j0livziNTSbjrXMyumpsf9CgpWYEaY_NUYOTq1JBCm-C4Q68/s400/CALENDARIO+%2528La+bestia%2529.jpg" width="400" /></a></div>
<div>
Resulta extraño ver cómo las fechas tienden a desordenarse en nuestros recuerdos. La mente racionaliza una historia y la narra sin plantearse duda alguna. Pero indiscutiblemente el calendario marca sus tiempos y cuando los datos hacen acto de presencia sobre la mesa convierten el elemento poético en un trance “bukowskiano”.<br /><br />Hasta hace unos días hubiese jurado que mi encuentro con los cinestudios madrileños vino dado por cuestiones “intelectuales”. Años de instituto, cuando la profesora de francés propuso llevarnos al cine a ver <i>Pauline en la playa</i>. Concertada quedó la fecha, pero dos días antes fue a verla ella con los alumnos de COU y determinó que moralmente no convenía que viésemos tamaña promiscuidad. Lástima, porque hubiese sido la primera vez que asistiese al desaparecido cine <b>Alphaville </b>(hoy renombrado Golem); además la profesora no consiguió que el título pasase al olvido, al contrario, aquella prohibición estimuló el interés.<a name='more'></a><br /><br />Transcurrieron unos meses y la obra de <b><a href="http://cinentransit.com/carta-a-eric-rohmer/" target="_blank">Eric Rohmer</a></b> abandonó las salas de estreno; pasando al circuito de reposición de sesión continua, pero su propuesta de arte y ensayo no encajaba con la programación de los cines de barrio. Sin embargo sí tenía cabida en los florecientes cinestudios, como el <b>Griffith</b>, al que nos avocamos Laso, Cobo y un servidor para ver <i>Le beau mariage</i> y <i>Pauline en la playa</i>. Un pase en versión original subtitulada. Realizamos una actividad extraescolar al margen del profesorado. Así de estudiosos éramos.<br /><br />Hace unos días, charlando con unos amigos sobre el mundo de los cinestudios, del bien que habían significado para la cinefilia, de sus increíbles <a href="http://josmarru.blogspot.com/2019/03/esto-es-un-marathon-de-cine.html?view=magazine" target="_blank"><b>maratones</b></a>, de su cierre y de los programas mensuales de medio metro: “pues tengo un montón. Lo mismo los tiro”, “¡no digas insensateces!”, “¿los quieres?”… Para estas cosas del cine soy algo Diógenes. ¿Cómo renunciar a tamaño tesoro? (Bien cotizados están en las páginas de coleccionismo en internet). Naturalmente, el lucro no tenía cabida en mi pensamiento, constituía una razón de fuerza sentimental. Así mi colección tomó un impulso considerable.<br /><br />Una mañana vine a ordenarlos confeccionando un calendario de vida cinematográfica. La historia del Griffith vivía ante mis ojos sobre la mesa del comedor: desde 1979 hasta 1987, desde los tiempos de la sala San Pol hasta el cine Alvi (desde cuando no tenía el placer de conocerle hasta su cierre)… Concluido este primer proceso pasé a deleitarme examinando detenidamente cada programa. Esos superfolios de películas atravesaban mis ojos. Me encontraba entusiasmado, conmovido. Pero la mirada se quedó petrificada cuando divisó el programa de noviembre de 1983. Cual testigo de cargo asomaba la verdad. La prueba era evidente.<br /><br />Un lunes, durante la hora del recreo, Laso, Cobo y un servidor decidimos ir al Griffith a ver unas películas clasificadas “S”, es decir, para mayores de dieciocho años porque podían herir la sensibilidad del espectador. Siendo menores de edad no podíamos (debíamos) acceder a celuloide tan pecaminoso. Decidimos ir sí o sí. Por ello dejé de afeitarme durante aquella semana, y así el domingo tendría un aspecto de nutrido universitario con un calado intelectual nihilista, más socrático que platónico. Llegado el día, los tres camaradas formamos en la fila, dejando la responsabilidad de adquirir las entradas a Cobo porque aparentaba mayor edad. Y en silencio, con el rostro altivo, atravesamos la fortaleza. Rápidamente ocupamos asiento en el patio de butacas, era el momento de pasar inadvertidos.<br /><br />Así comencé a estudiar cine viendo <i>La bestia,</i> de <a href="http://walerianborowczyk.com/en/" target="_blank"><b>Wallerian Borowczyk</b>,</a> y <i>El imperio de los sentidos</i>, de <b><a href="https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000100566_spa" target="_blank">Nagisa Oshima</a></b>. Con estas dos películas me bauticé en tamaño territorio. A partir de aquel día se abría una nueva etapa a la hora de ver cine, de ir al cine.<br /><br />Un nuevo calendario de vida se puso en marcha aquella jornada. Dos cintas en extremo románticas, con una mirada hacia el amor “fou”, donde lo masculino pierde su sino ante los encantos y la fuerza de la mujer. Mis horizontes cinematográficos se ensancharon al ritmo de la versión original subtitulada (¡qué acento tan sentido posee el japonés!). El hecho cultural se sobreentiende, máxime cuando vislumbramos cómo la naturaleza humana y animal brota desde nuestro yo más profundo.<br /><br />No podía volver a casa con ese magnífico programa de medio metro propagando la ignominia que cometimos. Y si la fecha quedó en el olvido, no <i>El imperio de los sentidos</i>, película que, junto a<i> Peter Pan</i> y <i>Johnny cogió su fusil</i>, constituyen los pilares básicos de mi altar cinéfilo.<br /><br />¡Cómo es la mente! Las películas de <b>Rohmer </b>las vi tiempo después (mucho tiempo después), sin embargo habían quedado grabadas como mi iniciación en el mundo de los cinestudios (¡qué fabulación!). El calendario de vida se ha impuesto: la leyenda sucumbe ante la realidad.<div class="yiv3251763254ydp9c1320b1MsoNormal" style="background-color: white; color: #1d2228; font-family: garamond, "new york", times, serif; font-size: 16px; margin-bottom: 4pt;">
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José María Ruiz del Alamohttp://www.blogger.com/profile/17626950313196530679noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-3430061478087361642019-09-13T16:04:00.002+02:002019-09-13T16:49:23.155+02:00El "bombillazo"<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhfS2lSxBip-lSZLLxmORi0rwcfvBrVGKwCzZUByCGh3gfF1cdZLvPWuwen8997DT4_5EI_SxcQGnKKRt1b5rk-TRNvlTVKhk51lJAE0kSG4lZBh2nSxgdYel3gwZdQ27lW76YCVPICZz9v/s1600/bombilla+wallpapers.png" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="337" data-original-width="700" height="307" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhfS2lSxBip-lSZLLxmORi0rwcfvBrVGKwCzZUByCGh3gfF1cdZLvPWuwen8997DT4_5EI_SxcQGnKKRt1b5rk-TRNvlTVKhk51lJAE0kSG4lZBh2nSxgdYel3gwZdQ27lW76YCVPICZz9v/s640/bombilla+wallpapers.png" width="640" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: small;">Imagen: Wallpapers</span></td></tr>
</tbody></table>
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<div class="MsoNormal">
<b> Por Esperanza Goiri</b></div>
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No sé exactamente en qué curso ni cómo surgió el tema del “bombillazo”. Fue en algún momento de tercero de BUP o quizás en COU. Sí tengo claro que, una vez instalado en mi vida, se mantuvo hasta que terminé la carrera. <br />
<br />
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No fue ninguna revelación o iluminación mística que me mostrara el camino a seguir en esos años decisivos. Era una costumbre más bien doméstica e intrascendente. Incluso se puede calificar de pueril. El mes de septiembre, siempre envuelto en olor a libros nuevos, a goma de borrar y a lápices, me lo ha traído a la memoria arrancándome una sonrisa nostálgica.<br />
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¿En qué consistía? Os cuento, fue una ocurrencia de mi padre, que surgiría al verme agobiada por algún examen. De niña no me preocupaban las pruebas escolares, pero en la adolescencia las cosas cambiaron. Era buena estudiante, aunque un poco agonías. Siempre me parecía no estar lo suficientemente preparada y me abrumaba la posibilidad de quedarme en blanco frente a las preguntas. El caso es que un día, ante mis nervios de punta por la próxima evaluación, me pidió que inclinara la cabeza frente a él y posó su mano derecha sobre ella, ejerciendo tres presiones consecutivas. Acompañó su acción de unas solemnes palabras: “este ´bombillazo´ ayudará a que todo salga bien”.</div>
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Mi padre era muy socarrón. Su sonrisa de medio lado y el tono zumbón no dejaban lugar a dudas de que se lo tomaba como lo que era, una broma, un elemento distractor para echarnos unas risas y aliviar mi preocupación. Lo cierto es que la ocurrencia de mi progenitor se convirtió en un rito. Una guasa privada y cómplice entre nosotros. Pese a ser consciente de lo absurdo de la tradición, no podía prescindir de ella. Siempre que me enfrentaba a un examen difícil recurría al “poder” de su mano. Evidentemente, los dos sabíamos que mis resultados académicos dependían de otros factores, pero el conjuro conseguía algo inestimable: tranquilizarme y aligerar la tensión para poder afrontar mejor la prueba. Eso, y que, en el fondo, nos encantaba compartir ese momento un poco surrealista y totalmente irracional.<br />
<br />
Cuando acabé la licenciatura, la arrogancia de la juventud y las oportunidades que se me abrían, hicieron caer en el olvido el “bombillazo” paterno. Sin embargo, en el transcurso de los años, ya metida en faena, ante las jugarretas de la vida y en más de una ocasión, he añorado lo indecible volver a sentir esa cálida y reconfortante presión sobre mi cabeza.</div>
Irene Adlerhttp://www.blogger.com/profile/12577785125389891294noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-11094827616838417522019-07-19T16:08:00.000+02:002019-07-21T17:00:54.869+02:00Un cuento para el verano<div class="MsoNormal">
<b>Por Juana Celestino</b></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEigf2rEMFASnhWrc4ZWM2m2dl9MUeYzBkIfDZMMactBWgUktoRwdRcOV61xz9XPmJeEIqTp1Rhihbz9ecceGW7KqKklH55CuQSmky-e0jntqghQdlCAk7PWXriQX5LHqcjVoFlkkIBUPJU/s1600/Ilustraci%25C3%25B3n+de+John+Tenniel+para+la+primera+edici%25C3%25B3n+de+Alicia+%25281865%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="585" data-original-width="1024" height="361" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEigf2rEMFASnhWrc4ZWM2m2dl9MUeYzBkIfDZMMactBWgUktoRwdRcOV61xz9XPmJeEIqTp1Rhihbz9ecceGW7KqKklH55CuQSmky-e0jntqghQdlCAk7PWXriQX5LHqcjVoFlkkIBUPJU/s640/Ilustraci%25C3%25B3n+de+John+Tenniel+para+la+primera+edici%25C3%25B3n+de+Alicia+%25281865%2529.jpg" width="640" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Ilustración de John Tenniel para la primera edición de <i>Alicia en el País de las Maravillas</i> (1865)</td></tr>
</tbody></table>
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El 4 de julio de 1862 el matemático y escritor Charles Lutwidge Dodgson y el reverendo Robinson Duckworth daban un paseo en barca por el Támesis con las tres hijas pequeñas de un amigo, las hermanas Liddell: Lorina, <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Alice_Liddell" target="_blank">Alice</a> y Edith. El calor apretaba, las pequeñas se aburrían y decidieron arrimar la barca a la sombra de la orilla; fue entonces cuando Dodgson, sobre la marcha, dio rienda suelta a su fantasía con un relato donde la curiosidad de una niña la lleva a precipitarse por la madriguera de un conejo blanco. La historia gustó tanto a sus oyentes que la mediana de las hermanas, Alice, pidió que el cuento no se perdiera y lo fijara en el papel. Dodgson pasó toda la noche escribiendo un relato que tituló <i>Las aventuras de Alicia en el mundo subterráneo</i> y le regaló el manuscrito a la niña. Tres años después llegaron a las librerías los primeros ejemplares de, ahora sí, <i>Alicia en el país de las Maravillas</i>, firmado con el seudónimo de <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Lewis_Carroll" target="_blank">Lewis Carroll</a>, ese científico, genio de las matemáticas y de los enredos de la lógica, maestro de las adivinanzas, inventor, pionero de la fotografía, y quién sabe cuántas cosas más.<br />
<a name='more'></a><br />
A los diez años leí los dos fantásticos cuentos de Alicia, y los releí varias veces seguidas fascinada por el espíritu aventurero de esa niña, más interesada en las vicisitudes de la protagonista y en los estrambóticos personajes, que en las prestidigitaciones literarias absurdas. Entré en la madriguera con Alicia y, pasados los primeros sustos, vi que en ese país, o seguías el rollo, o una no pintaba nada allí, y me dejé maravillar por esa pandilla de tronados. Para los habitantes del País de las Maravillas no es extraño que haya escuelas bajo el mar, gatos guasones que sonríen, que las tartas se repartan y luego se corten, correr a toda velocidad para permanecer en el mismo sitio, que consideren muy pobre nuestra memoria porque solo funciona hacia atrás y no pueda recordar lo que pasará en el futuro, que se pueda crecer o decrecer, o se celebren los días de no-cumpleaños para recibir más regalos. Lewis Carroll, un mago del sinsentido, consigue construir un relato que es como la mirada de un niño: inocente, vacía de imposiciones lógicas, sin la necesidad de la búsqueda de la coherencia en el mundo para con los demás. O <b>en palabras de Virginia Woolf: “Solo Lewis Carroll nos ha mostrado el mundo tal y como un niño lo ve, y nos ha hecho reír tal y como un niño lo hace”. </b><br />
Diez años después de aquellas primeras lecturas de Alicia, en la universidad volví a encontrarme con el autor, y de paso con su perpleja criatura, cuando en segundo de Filosofía el profesor de Lógica nos recomendó leer <i>El juego de la lógica </i>de Carroll. Este libro nos enseña la relatividad del lenguaje, donde las palabras tienen mucho más significado del que les damos, y la atención que debemos prestarle para evitar caer en sus trampas y que el lenguaje nos vuelva locos. Alicia nos muestra los errores y el desconcierto al que nos conduce el lenguaje cuando no lo usamos con cuidado. Hay que observar ciertas reglas, como Patachún cuando dice: “Si fuera así, podría ser; y si así fuera, sería; pero como no lo es, no es”. Lógico.<br />
Casualmente, en estos días me he reencontrado de nuevo con Alicia y descubro otra historia, no solo la del viaje de una niña por un mundo fantástico donde se mezclan la realidad con los sueños y miedos infantiles, también el viaje de un escritor victoriano que juega a evadirse en el mundo del sinsentido de la rígida y moralista sociedad de la época que le tocó vivir. Una historia que habla sobre el crecimiento, sobre lo desconcertante, absurda y dolorosa que puede llegar a ser esta aventura. Un relato al que no le falta un representante del abuso de poder que, cuando no intenta cortarnos las alas, manda arrancar cabezas, como la sádica Reina de Corazones. Que a los habitantes del País de las Maravillas nosotros les resultaríamos tan irracionales como ellos a nosotros, y <b>no podemos juzgar el “sin sentido” de las sociedades y vidas ajenas desde una perspectiva que se establece a partir de normas sociales que se construyen y se nos imponen como realidades objetivas absolutas.</b><br />
<br />
Alicia nos enseña a fijarnos en cada detalle, palabra por palabra, a observar lo incomprensible, creciendo o decreciendo; nos empuja a cruzar al otro lado de las cosas, haciéndonos constantes preguntas, pues por debajo de lo que no entendemos hay mucho más, y puede que algún día, en otro momento de nuestra vida, descubramos algo nuevo de ese profundo desconocimiento. <br />
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<br />Juana Celestinohttp://www.blogger.com/profile/05902647589376488610noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-18650815574240739012019-06-28T11:29:00.000+02:002019-06-28T11:29:12.082+02:00El ojo vago<b>Por Marisa Díez</b><br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEij47WaRv1osvhjkcySQrhO9H-5e0na2lz32O6DALaTqIkCZLg_oXPGh3BTToPfCux0AE1glsaJyt2MYJEYcvFpYLP4julbHPZjn2WJNK-z0cwqjBq7-kZambbCCwUrLd4Nr0X623vTnqEO/s1600/Wikimedia+Commons.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="800" data-original-width="1280" height="250" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEij47WaRv1osvhjkcySQrhO9H-5e0na2lz32O6DALaTqIkCZLg_oXPGh3BTToPfCux0AE1glsaJyt2MYJEYcvFpYLP4julbHPZjn2WJNK-z0cwqjBq7-kZambbCCwUrLd4Nr0X623vTnqEO/s400/Wikimedia+Commons.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Imagen: Wikimedia Commons</td></tr>
</tbody></table>
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No sé cuánto tiempo atrás debemos remontarnos para evocar, con mayor o menor exactitud, nuestro primer recuerdo. Supongo que dependerá de cada persona y de su capacidad para descubrir en qué momento su cerebro hizo <i>click </i>y comenzó a almacenar historias. En mi caso concreto no tengo conciencia de sucesos, ni importantes ni triviales, hasta cerca de cumplir los cinco años. Quizá es que mi vida estuvo privada de emociones fuertes y mis neuronas entendieron que no merecía la pena dejar fijados, en ningún lugar de mi memoria, acontecimientos que no significaban gran cosa. O también pudo ocurrir que mi desarrollo cognitivo fuera precario hasta transcurridos unos cuantos años y necesitara esperar un poco más para empezar a distinguir con claridad mi catálogo de evocaciones. <br />
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Ignoro la razón por la que mis hermanas se lanzan a contar sus recuerdos a partir de una edad en la que yo soy incapaz de acordarme de nada. Me da envidia, y hasta cierta rabia, porque si las cuatro convivimos en la misma casa, el mismo barrio y, por descontado, la misma ciudad, durante toda nuestra infancia ¿cómo es que yo tardé más tiempo que ninguna de ellas en elegir aquello que no iba a olvidar nunca? Mi hermana mayor conserva recuerdos nítidos de sus dos o tres años, durante una visita a Bretún, el pueblo de mi madre: un paseo a caballo, la figura del bisabuelo sentado en la puerta de la casa y que alguien, no sabe quién, le regaló un huevo. Tal cual. Un huevo. Supongo que fue la extrañeza de tan inusual obsequio para una niña de ciudad, lo que disparó una especie de resorte en su mente infantil y le impidió olvidarlo. Otra de mis hermanas puede evocar, con absoluta claridad, el “río grande” que corría junto a la casa de veraneo que ocupamos durante unas vacaciones, la figura de un gato enorme que la asustaba y el transcurrir de los días sentada en una piedra con los pies en el agua. Y tendría aproximadamente la misma edad, alrededor de tres años. Con el paso del tiempo, alguna visita posterior al mismo lugar, le hizo constatar que ni el río tenía las dimensiones recordadas, ni mucho menos los gatos eran aquellos monstruos que se le aparecían para atemorizarla. <br />
<br />
Por qué seleccionamos unos recuerdos sobre otros, y a partir de cuándo conseguimos revivir determinadas situaciones con relativa lucidez, es una cuestión que se me escapa. Por qué damos prioridad a unos hechos y sin embargo olvidamos por completo otros; qué razón oculta nos ayuda a elegir lo que entrará a formar parte de nuestra historia y en qué nos basamos para decidir cuándo algo es lo suficientemente importante para no olvidarlo. <br />
<br />
Mi primer recuerdo no es nada divertido, aunque tampoco lo he vivido nunca como algo traumático. Me veo en la cocina de casa, rodeada de mis padres, mis hermanas y mi tío, quien había sentenciado que yo no tenía la misma visión en un ojo que en el otro. Para confirmar su hipótesis, allí mismo y delante de todos, me tapó uno de ellos ¡con una cuchara! Y de aquella manera tan rudimentaria pudo constatar que sus sospechas eran ciertas y que yo, básicamente, no veía ni jota por mi dichoso ojo torcido. A ver, que tampoco tengo conciencia de que me importase demasiado, pues veía perfectamente por el otro, pero sé que mi familia puso el grito en el cielo y se escuchó algún que otro llanto. Al final, con los años, la sangre no llegó al río. Durante mucho tiempo llevé unas gafas horribles que a mí me encantaban y cuidaba con esmero. Jamás las rompí ni me las quitaba, y, aunque mi ojo vago nunca recuperó la visión perfecta, no recuerdo haberlo vivido como algo preocupante, más allá de un ligero fastidio por no poder presumir de una mirada alineada, como la que tenían mis amigos, y de la que yo siempre carecí. <br />
<br />
Pero continúo sin poder explicar la razón por la que seleccioné aquel momento como el primero que entraría a formar parte de mi almacén de vivencias. Desde entonces sigo buscando la manera de elegir mis recuerdos, para quedarme con los que me interesan y desechar todos los que me producen malas vibraciones. En ello estoy. Todavía no lo he conseguido, pero dadme un poco más de tiempo.</div>
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Marisa Díezhttp://www.blogger.com/profile/12831332493286984402noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-19780817509728275872019-06-21T09:16:00.001+02:002019-06-24T09:13:30.945+02:00Ochocientas películas y un biberón<b>Por José María Ruiz del Álamo</b><br />
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<b><br /></b>
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjO8YLUxDLbalK8XqhUy-TLu2lSrh_EV3DuO52NKeY-y32JMtrgoDy3-oIDaM0w_cQ-VGAla35PA0CZdC2yjPSAavLIKOuY7zZpwsIB6U3GsejnukcOZOBc6lsP66m6tVHyPf48Z70DrE/s1600/OCHOCIENTAS+%2528buena%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1289" data-original-width="1600" height="321" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjO8YLUxDLbalK8XqhUy-TLu2lSrh_EV3DuO52NKeY-y32JMtrgoDy3-oIDaM0w_cQ-VGAla35PA0CZdC2yjPSAavLIKOuY7zZpwsIB6U3GsejnukcOZOBc6lsP66m6tVHyPf48Z70DrE/s400/OCHOCIENTAS+%2528buena%2529.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><i>Gran galería del Louvre</i>, de Hubert Robert.</td></tr>
</tbody></table>
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Ya estás conectado, la pantalla alumbra tus ojos. Es el momento de abrir una ventana, y de ahí a otra. ¿Con cuántas ventanas has interactuado hoy? ¿Cuántas pantallas has encendido? Ya no sabemos vivir sin ellas, nuestra relación ha mutado, nuestro yo se ha digitalizado.<br />
<br />
La estadística así lo confirma, perdemos el control del tiempo frente a esas luminiscencias, quedamos absortos. Nuestro hábitat se ha llenado de reflectores, ya sean televisiones, ordenadores, tabletas, móviles… Los juegos van al vídeo, mientras a los “books” se le añade la “e”. Todo está informatizado, quizá nuestras células vengan a transformarse en códigos binarios o en píxeles.<br />
<a name='more'></a><br />
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Para, detente y calcula: ¿cuántas horas pasaste ayer frente a una pantalla? ¿Más de seis? La media llega a las ocho horas. ¿Es mucho? Una jornada laboral. Nos han invadido. Estos ultracuerpos tecnológicos nos subyugan, nos hipnotizan.<br />
<br />
Confieso, yo también soy culpable. Reniego, y no obstante aquí me pronuncio. “No, pero sí” me digo. No tengo internet; mi móvil es de lo más básico, solo SMS (no admite fotos, ya para qué hablar de aplicaciones); nunca he “guasapeado” ni “chateado”; la lectura, siempre sobre papel; los escritos, a bolígrafo, y pese a todo, me declaro culpable.<br />
<br />
La pantalla grande ha sido mi perdición, me acunaban en una sala de cine con un biberón de celuloide. Puede decirse que me drogaron desde la cuna, así he desarrollado una adicción: me chuto con películas. Lo mismo da que sean buenas o malas, desde <i>Ninguno de los tres se llamaba Trinidad</i> a <i>Centauros del desierto</i>, tanto cine de terror como bélico, ¿quién se puede resistir a una de romanos?, da igual que sean chinas que chilenas…<br />
<br />
Soy espectador de cine: cine en el cine, cine en el televisor y cine en internet (nunca sobre las pulgadas de un móvil)… ¡Qué pozo sin fondo es este mundo del cine! Cuanto más ves, más te queda por ver. No he de morirme sin haber contemplado todas las películas estrenadas que no he visto, tanto antiguas como modernas. De ahí que a un promedio de 800 películas al año, sí, todavía me restan unos cuantos decenios de existencia.<br />
<br />
Sin embargo, son las pantallas tecnológicas las que vienen a priorizar al sujeto activo. Ya no basta con ser espectador, demandan protagonismo. El correo electrónico se queda corto ante las redes sociales y los grupos de “guasap”, y a ellos nos abocamos con presteza, pero en esos nuevos canales de comunicación ¿somos realmente uno mismo? Lo pregunto porque hace unos días vi una película —ente pasivo— y me hizo pensar —ente activo—. En <i>Clara y Claire</i> —dicho queda el título—, del francés <b>Safy Nebou</b>, se presenta a una madura profesora de literatura, divorciada y con dos hijos que abre una cuenta en Facebook con un nombre supuesto. Allí traba amistad con un joven universitario, y la asentada maestra transmuta, cambia su personalidad. ¿El doctor Frankenstein ha creado un monstruo? ¿Mister Hyde absorbe al doctor Jekyll? ¿Ha quedado vampirizada Clara por Claire en este mundo paralelo? Podemos ser otro yo, ficcionar nuestra realidad. Cabe preguntarse si nos gustamos a nosotros mismos, si buscamos un yo mejorado o necesitamos exhibirnos continuamente.<br />
<br />
Y mientras tanto, continuamos pegados a la pantalla, abriendo y abriendo ventanas. La red de araña de la tecnología nos ha atrapado, lo mismo por obligación que por ocio. Hemos renunciado a la ventana del cielo y de la tierra. Yo el primero, que con 800 películas al año y algún que otro biberón —nada de palomitas— paso los días… ¿Quién soy yo para redimir?<br />
<br />
Sería cuestión de echar mano al freno. O quizá no. En verdad, ante tantas pantallas y ventanas abiertas hemos cerrado la puerta.
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José María Ruiz del Alamohttp://www.blogger.com/profile/17626950313196530679noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-43438490583498711992019-06-07T13:26:00.000+02:002019-06-07T13:28:47.861+02:00Quién sabe dónde<div class="separator" style="clear: both; text-align: left;">
Por Esperanza Goiri</div>
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqrG-LENHZjFLfR2H7nwYcxU4-xX_CmbUkvDbmCibIA27U_OAFrs_ezTw7A0gPSbQM142H8RdMPlR4ynLBv41tJk7qpUDSOlnQNAHnJV7zSmBiMRAKV7JsszJz66eXnDMdPFZsvIn7_xDh/s1600/hombre+misterioso.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="724" data-original-width="1000" height="288" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqrG-LENHZjFLfR2H7nwYcxU4-xX_CmbUkvDbmCibIA27U_OAFrs_ezTw7A0gPSbQM142H8RdMPlR4ynLBv41tJk7qpUDSOlnQNAHnJV7zSmBiMRAKV7JsszJz66eXnDMdPFZsvIn7_xDh/s400/hombre+misterioso.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto: <i>Wikicommons</i></td></tr>
</tbody></table>
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Un día, no sé muy bien cómo ni por qué, empecé a recibir en Facebook avisos emitidos por una Asociación que alerta sobre personas desaparecidas. El mismo formato, pero con distintos protagonistas. Una foto, una breve descripción de las características físicas y de su indumentaria en el momento de la desaparición, junto con el día y el punto geográfico donde se les vio por última vez. Poco más. <br />
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Desde esas instantáneas los “fugitivos” miran a la cámara, unos sonrientes, otros serios. Todos envueltos en un halo de misterio e incógnita. Algunos han desaparecido de forma involuntaria, enredados en una enfermedad mental que les ha extraviado de sus rutinas. Otro grupo lo forman jóvenes en pos de aventuras, sentimentales o de otro tipo. Tal vez su marcha sea un grito desesperado en busca de atención y ayuda. En ocasiones, al cabo de un tiempo, me llega la notificación de que la persona ha sido hallada, con o sin vida. La búsqueda queda desactivada. Por muy terrible que sea asumir el fallecimiento del ser querido, más en esas circunstancias, hay un final. Un epílogo que permite, pasado el proceso de duelo, un nuevo comienzo.<br />
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Lo más inquietante es el limbo en el que quedan aquellos que un día desaparecieron y nunca más se supo. Ni vivos ni muertos. Y peor aún, ¿qué pasa con los que les esperan? No pueden llorar a sus difuntos, ni llevarles flores, ni pasar página. ¿Y si un día, contra todo pronóstico, los ausentes regresan? No soy capaz de imaginar lo que puede pasar por la cabeza de alguien que se levanta todas las mañanas aguardando una pista, una llamada o una foto para resolver el enigma. También me pregunto si en algún momento la ausencia se normaliza, se acepta, se convive con ella como el que padece una enfermedad crónica. O, si, por el contrario, se tiene la sensación de que alguien ha pulsado la tecla de pausa y no se ve la manera de retroceder ni avanzar.<br />
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Hay desapariciones forzosas e involuntarias provocadas por actos criminales, accidentes o catástrofes. Pero creo que las más desasosegantes son las voluntarias. Las que se producen dentro de lo cotidiano y sin causa aparente. Me refiero a esos familiares o parejas que un día, sin previo aviso, no vuelven. Los que sufren el abandono buscan desesperadamente una explicación. ¿Qué hicieron mal? ¿Cómo no advirtieron las señales? ¿Qué otra vida más atractiva o diferente salieron a buscar? “Parecía feliz”, “yo le quería”, “todo era normal en casa” argumentan angustiados tratando de hallar una justificación. Quizá, no la hay. Puede que la huida no fuera premeditada. Sin plan alguno, decidieron que no podían más y cerraron la puerta sin mirar atrás. No suelen aparecer, no quieren ser encontrados. Dejan detrás, un goteo interminable de preguntas sin respuesta, de amargura e incomprensión. Si vuelven, habrá casos en que el reencuentro acabe felizmente. En otros, como le sucedió a la protagonista de la canción <i>Penélope</i> de Joan Manuel Serrat, los que un día les aguardaron ahora, por fin, frente a frente, los miren a los ojos y les digan: “tú no eres quien yo espero”.</div>
Irene Adlerhttp://www.blogger.com/profile/12577785125389891294noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-50864224136810438442019-05-24T15:54:00.000+02:002019-05-24T23:09:48.411+02:00Mi amigo Ernest<div class="Standard" style="line-height: 150%;">
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<b><br />Por Juana Celestino</b><br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2w4gKBgCUUYMtvWr8iMdTeOPskWt4pAncuAte7Z-XeMUaUrdFtGUZTd5h62aTlajN6MxoBNlUy0KMxlkuNFZxUaBT5_G7baRA9KIzIprMDH5nCB6C_j1ui6LFeaaTzwKaZeMZb01hQgk/s1600/Andr%25C3%25A9+Kert%25C3%25A9sz%252C+Ernest%252C+Paris%252C+1931.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1280" data-original-width="1081" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2w4gKBgCUUYMtvWr8iMdTeOPskWt4pAncuAte7Z-XeMUaUrdFtGUZTd5h62aTlajN6MxoBNlUy0KMxlkuNFZxUaBT5_G7baRA9KIzIprMDH5nCB6C_j1ui6LFeaaTzwKaZeMZb01hQgk/s640/Andr%25C3%25A9+Kert%25C3%25A9sz%252C+Ernest%252C+Paris%252C+1931.jpg" width="539" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="background-color: white; color: #545454; font-family: "arial" , sans-serif; font-size: x-small; line-height: 20.02px; text-align: left;">André </span><span style="background-color: white; color: #6a6a6a; font-family: "arial" , sans-serif; font-size: x-small; font-weight: bold; line-height: 20.02px; text-align: left;">Kertész</span><span style="background-color: white; color: #545454; font-family: "arial" , sans-serif; font-size: x-small; line-height: 20.02px; text-align: left;">, </span><span style="background-color: white; color: #6a6a6a; font-family: "arial" , sans-serif; font-size: x-small; line-height: 20.02px; text-align: left;"><b><i>Mi amigo Ernest</i></b></span><span style="background-color: white; color: #545454; font-family: "arial" , sans-serif; font-size: x-small; line-height: 20.02px; text-align: left;">, Paris, 1931</span></td></tr>
</tbody></table>
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<b><br /></b>
Saber mirar es la base de la fotografía creativa y, como decía <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Gustave_Flaubert" target="_blank">Flaubert</a>, cualquier cosa observada detenidamente se vuelve maravillosa. El estadounidense de origen húngaro André Kertész poseía este peculiar sentido de la percepción y es uno de los grandes maestros, el pionero, de la fotografía humanista, ese arte que simpatiza con la vida de las personas. En este retrato del pequeño Ernest, el fotógrafo describe la alegría de vivir y la espontaneidad de su modelo, que nos presenta con su babi en el aula de pesados pupitres de madera, donde asoma tras él su atenta compañera. Una imagen que resume la magia de la fotografía al trasladarnos a otro lugar y a otro tiempo y, como si estuviéramos allí, hace que nos preguntemos por este colegial.<br />
<a name='more'></a> Los fotógrafos, más allá de representar su entorno o expresar su vida interior, también pueden jugar con el pasado y el futuro. Kertész lo consigue. Cuando en 1980 <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Roland_Barthes" target="_blank">Roland Barthes</a> incluyó esta fotografía en su obra <i><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/La_c%C3%A1mara_l%C3%BAcida" target="_blank">La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía</a></i>, le llevó a preguntarse: “Es posible que Ernest viva todavía en la actualidad, pero ¿dónde?, ¿cómo? ¡Qué novela!”.<br />
<br />
Al contemplar esta impresionante fotografía, me he resistido a la tentación de contestar a esas preguntas. La especial intensidad expresiva del escolar me contagia y, fantasía en mano, casi me dejo llevar por Barthes al tratar de imaginar qué fue de Ernest, si vive todavía, dónde murió si no, qué hizo hasta entonces... Dejo que su figura me invada y trato de hacerle vivir. ¿Qué ha podido ser de él? ¿Llegó a sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial y a la ocupación alemana? ¿Enarbolaría los ideales de libertad y se hizo miembro de la Resistencia?; quizá se presentara como enfermero voluntario; o se convirtió en colaboracionista y llegara a ser esa clase de hombre capaz de cualquier traición por salvar el pellejo; más tarde, con sus estudios frustrados por la guerra, quizá trabajara en una fábrica y viviera las miserias de la posguerra; también podría hacerle saltar el charco hacia otro continente en busca de una vida con más oportunidades para su desarrollo personal y profesional, y no borrarle el brillo de sus ojos luminosos. Se le ve tan vulnerable. En la fotografía, su inocencia desconoce esas posibilidades y se puede ver también en ella nuestro potencial de parte de la inocencia perdida. El retrato agita y lleva a imaginar. Pero decido no seguir el juego que Barthes propone, me da pereza acometer la pesada tarea de crear una vida adulta. Bastante tiene el chiquillo con las limitaciones de la infancia y los chascos que solemos llevarnos a esas edades, en las que uno se asoma a la vida donde todo le viene grande y no se domina nada. Me resisto a despertar a Ernest de su infancia, correr el riesgo de convertirlo en un niño obsoleto. Quiero seguir viéndolo ahí, solemne en su niñez, en esa instantánea sin pasado ni preocupaciones de futuro, solo con la inocencia de su presente, sin plena consciencia aún de los peligros de la vida; disfrutando de lo más simple y de la locura que le está permitida, sin saber que va creando recuerdos. Mejor le dejo viviendo en su mundo secreto, ese que se oculta tras la realidad. Prefiero al Ernest que no se ha cargado de tiempo. El que aún no ha alcanzado la edad donde una extraña sensación despersonalizadora asalta en ocasiones cuando miramos una fotografía de lo que fuimos. El que hace preguntas incómodas a los adultos porque necesita ir conformando un mundo que tenga peso propio. Ese niño que aún no sabe que más adelante le gustaría viajar en el tiempo y conocer a sus padres antes de que él naciera y quedaran atrapados en el trajín y las preocupaciones de la vida doméstica; a él todavía le parecen “normales”, aún no ha llegado a ese punto de madurez donde se intenta comprender a los padres en sus peculiaridades y rarezas.<br />
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Me quedo con el niño de 1931, de mirada viva y pose autocomplaciente que, después de mirar con detenimiento en la fotografía, acabo queriendo y deseo llamarle, como Kertész, “mi amigo Ernest”.</div>
Juana Celestinohttp://www.blogger.com/profile/05902647589376488610noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-41874663757972043092019-05-10T13:36:00.000+02:002019-05-10T19:37:22.573+02:00Parar el tiempo<b>Por Marisa Díez </b><br />
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<b><br /></b>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNKbjATLpLOCPmyrIR4lM874CcaYcK_8XFMaLSElpj0e7JNAPsaRJ0JZTXvSkwJoyYs7HRqMDQqwr3sGPtIplu1t84TmDRy4X2r0GKJFC30n6U6ql-VT0kIYnu7H2N4TrsQXh3HklvtPQ-/s1600/thumbnail_la-persistencia-de-la-memoria.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="941" data-original-width="1280" height="293" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNKbjATLpLOCPmyrIR4lM874CcaYcK_8XFMaLSElpj0e7JNAPsaRJ0JZTXvSkwJoyYs7HRqMDQqwr3sGPtIplu1t84TmDRy4X2r0GKJFC30n6U6ql-VT0kIYnu7H2N4TrsQXh3HklvtPQ-/s400/thumbnail_la-persistencia-de-la-memoria.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><i>La persistencia de la memoria</i>. Salvador Dalí</td></tr>
</tbody></table>
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<b><br /></b>Definitivamente, me estoy haciendo vieja. No mayor, no. Vieja. Lo intuyo porque, de un tiempo a esta parte, tengo la sensación de que los acontecimientos más importantes de mi vida sucedieron hace más de veinte años. Y eso siendo benévola, porque la realidad es que incluso podrían haber pasado más de treinta. Alguien ha pisado el acelerador de mi existencia y yo ni me he enterado. Todo fluye a una velocidad vertiginosa y no puedo más que aceptar que esto ya no hay quién lo pare. A veces soñamos con detener las manecillas del reloj y saborear con plenitud esos momentos especiales que, de tarde en tarde, nos regala la vida. Pero no hay manera; para mí, la única verdad es que la rapidez con que corren esas malditas agujas es siempre directamente proporcional a la felicidad de la que disfrutamos. </div>
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Sin embargo, hay lugares donde el tiempo parece haberse detenido. Los descubro en ocasiones paseando por mi barrio o empujando la puerta de algún garito que ya existía durante los años de mi particular movida madrileña. Pero de todos los sitios en los que me sorprendo realizando mi regreso al pasado, hay uno que sobresale entre los demás. Es posible que quienes lo conozcan no lleguen a comprender mi querencia por tan peculiar rincón, y simplemente lo consideren un lugar caduco, anticuado y sin gracia. Peor para ellos si no consiguen disfrutarlo. <br />
<br />
Se trata de una terraza de verano, un antiguo chiringuito que se levanta junto a una de las piscinas naturales que existen en mi lugar de vacaciones. Tiene otro nombre, pero para mí siempre será “el quiosco de Pedrito”. Cada año estoy deseando que llegue la primavera para que su dueño se decida por fin a retirar el cartel de “cerrado”, pues dependiendo de la meteorología, lo hará en el mes de mayo o quizás a primeros de junio. Y entonces, no me lo pienso. Aparezco por allí con la seguridad de que nada habrá cambiado. A veces intentamos convencerle de la necesidad de que acometa pequeñas reformas y él siempre nos escucha sin hacernos el más mínimo caso. Y en realidad yo le agradezco infinito que, en mi primera visita veraniega, todo siga exactamente igual que hace treinta años. Cierro los ojos y distingo con claridad a mi sobrino correteando entre las mesas y a mi madre custodiando nuestras pertenencias, mientras los demás entramos y salimos del chiringuito sin orden ni concierto. Veo a mi padre jugando a las cartas en la mesa contigua o a mis amigos apurando la última partida de billar. Y, aunque llegue a abrir los ojos, mirando alrededor consigo ilusionarme con la idea de que únicamente en ese lugar, “nosotros, los de entonces”, seguimos siendo los mismos. <br />
<br />
Lo sé, es una ensoñación, incluso puede que una estupidez, pero a mí me gusta comprobar cómo el viejo mueble que guardaba la antigua televisión sigue exactamente en la misma rinconera. Que si te acercas a la barra y pides una cerveza, observas con cierta aprensión que aún aguantan en pie ese par de taburetes donde sentarse es algo parecido a jugarse la vida. Pero, a cambio, rememoro el sabor de las paellas en familia, mientras el camarero nos invitaba a degustar el auténtico e incomparable postre de la casa. Y puedo revivir con claridad el inconfundible olor a tierra mojada, refugiada bajo su endeble techumbre, durante las tormentas que nos sorprendían cada año al acercarse el final del verano. <br />
<br />
Soy consciente de que el tiempo no va a pararse por mucho que yo lo intente durante mis visitas al quiosco de Pedro. Y acepto que a algunos les parecerá un ejercicio inútil de nostalgia, pero es que ya soy mayor, lo he dicho al principio, y cada vez necesito más poner a trabajar mi mente para no acabar, parafraseando a Gómez de la Serna, con mis recuerdos encogidos como simples camisetas. <br />
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Marisa Díezhttp://www.blogger.com/profile/12831332493286984402noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-21488055402666091172019-04-26T09:12:00.000+02:002019-04-26T09:12:48.409+02:00La vitamina del sol<b>Por José María Ruiz del Álamo </b><br /><br /><br /><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhp8GkXv68xXnbIs7W-jd0OyjFy6OOV3zaVmiubmHIgvGXcjQTyORMRatUbnkW1l4ZNqiEUGu1G3gikJGG1ZnhVi-SFunFyRLIf2G8Uaygh0jqTv-WWNNw7T2cRiSf2LViK4xP0vqcfZNY/s1600/Vitamina+Vladimir+Kush+%25281965%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1412" data-original-width="1600" height="352" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhp8GkXv68xXnbIs7W-jd0OyjFy6OOV3zaVmiubmHIgvGXcjQTyORMRatUbnkW1l4ZNqiEUGu1G3gikJGG1ZnhVi-SFunFyRLIf2G8Uaygh0jqTv-WWNNw7T2cRiSf2LViK4xP0vqcfZNY/s400/Vitamina+Vladimir+Kush+%25281965%2529.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><i>Sunrise by the ocean</i>, Vladimir Kush.</td></tr>
</tbody></table>
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Ya se sabe: los años no perdonan. La realidad nos pasa factura. Ciertamente, el tiempo puede con nosotros. ¡Ay, con lo que hemos sido! ¡Y cómo te ves por tu mala cabeza! Ya lo decía <b><a href="https://miguel-rios.com/" target="_blank">Miguel Ríos</a></b>: “dormimos poco y mal, quemando la salud”. El<i> Rock Ríos</i> y su <i>Bienvenidos </i>alumbró mi primera juventud (sigo esperando a la segunda). Aún recuerdo aquella canción <i>Año 2000</i>, con su pegadizo estribillo: “llega el año 2000, llega el año 2000”, lejos queda ya ese inicio de siglo… Lo mismo ahora se precipitan aquellos locos años veinte. <br /><br />No te desvíes, José. Al tema, al tema. Reconduciendo: el examen médico se hace necesario. Máxime con los precedentes que ostenta mi ADN: unos progenitores que padecieron una enfermedad de larga duración (eufemismo para hablar del cáncer); súmese una colonoscopia motivada por unas heces sangrantes, así como haber superado el medio siglo. Factores, todos ellos, que aconsejan pasar por la consulta médica. Y cada dos años tengo la cita. Estoy, en lo que se llama, un grupo de riesgo.<a name='more'></a> <br /><br />Auscultaciones varias y la petición de analíticas. El trámite estaba cumplido: en una semana, las extracciones; siete días más tarde, los resultados. De ahí que dispusiese de un tiempo para equilibrar el cuerpo: una comida saludable, fuera azúcares añadidos y hasta luego bebidas alcohólicas. <br /><br />Transcurrido medio mes volví a visitar a la doctora. Esta encendió al ordenador y comenzó a teclear: “bien, bien. Estás ahí, ahí. Un poco alta la alergia. ¿Has tenido alguna alergia?”. Yo qué voy a tener (es la primera vez que me trata, el médico con quien llevaba veinte años se jubiló y no me había encontrado tales males). Proseguía: “continúa con el régimen de comida que llevas. Es bueno”. Tiro de latas y congelados, no falta la pieza de fruta diaria ni el embutido y el pan siempre con masa madre. Concluyó: “estás falto de la vitamina del sol. Es lo que tiene Madrid y tanto edificio inteligente. No hay nada como una ventana por la que penetre el astro rey. Te vas a tomar estas ampollas, una al mes. Pasea, que te dé el sol, no te pongas protección y no salgas a las horas centrales del día. Por lo demás: todo bien”. <br /><br />Con los papeles en la mano, transito la mirada por la hemoglobina, los leucocitos, los linfocitos y demás “citos”. Notables son las notas; la bilirrubina se dispara, y llegado al marcador de la vitamina D se torna catastrófico, apenas llego a 17 cuando los valores idóneos deben estar entre 30 y 100. Suspenso en toda regla. He aquí lo que se ha venido a denominar la vitamina del sol. <br /><br />El Sol, el Sol. De inmediato los fotogramas danzan por mi mente. Ese parco rayito donde se arremolinan los pobres, los olvidados a quienes <b>Vittorio de Sica</b> concede un <i>Milagro en Milán</i>; y solo un minuto al día puede saborearlo <b><a href="https://www.imdb.com/name/nm0729153/" target="_blank">Amparito Rivelles</a></b> en <i>La calle sin sol</i>; durante la Revolución Francesa, la caída de la Bastilla supuso la llegada del astro rey a una callejuela en <i>Un pueblo y su rey</i>, de <b>Pierre Scheller</b>; la ciencia-ficción se vislumbra con una asfixiante penumbra oscura en <i>Blade Runner</i>, mas con una última mirada esperanzadora, sin embargo cuando el director <b><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Ridley_Scott" target="_blank">Ridley Scott</a></b> trazó su versión desapareció todo vestigio solar. <br /><br />Ya se sabe: la vitamínica sustancia de la luz natural no llega a la butaca de un cine, ni aunque este sea al aire libre. La proyección toma vida en la oscuridad, cual vampiro amante de la noche. Vampirizado me siento en estos territorios. Máxime si el suburbano es mi elemento habitual de locomoción: de casa al metro y del metro al cine. Todo bajo techo. ¿Cuánto tiempo del día pasamos encerrados entre cuatro paredes y con luz artificial? <br /><br />Llegado a este punto debo replantearme la relación con el astro rey. Claro que no me veo (en esta ciudad de Madrid) bajando a una plaza para sentarme en un banco y tomar el sol (con un libro iría), ya cuando iba a la playa no era amigo de tumbarme en la toalla, me bañaba y partía orilla adelante. Sus radiaciones nunca quemaron mi piel. <br /><br />Para nada me arrimaré al sol que más calienta, pero a partir de hoy buscaré su luz. Y ahora que se avecina el verano, abriré el balcón (¡qué bonito sería tener una terraza!), así los rayos se expandirán por la casa, y con el torso al aire dejaré que me acaricie su vitamina (veinte minutos como máximo). Por supuesto, diré adiós al transporte público, la acera soleada marcará mis pasos, que no serán de penitencia porque tendrán un destino. ¿Las ciudades están pensadas para caminar? Mi ruta de norte a sur (de sur a norte) delimita el horario (las edificaciones sombrean su tránsito), y casi todos tienen una agenda marcada. Aleatorio es el mío, habrá días que más y otros que menos, pero le pondré voluntad. <br /><br />“Te veo pálido —me comentó un amigo—. ¿Te pasa algo?”. No cabe más que rendirse, así retornará el color a mis mejillas. ¡Ay, vitamina D! Su déficit parece irrumpir como una moda, y tanto mal acarrea por defecto como por exceso. ¿Cuál es la justa dosis? Sea la ampolla mensual y mi propuesta de reconciliación con el astro solar lo que permita la dicha de una nueva floración. Se sabe que buenos son los cambios de aire, pero tampoco conviene tomar una cerveza fresquita en una terraza cuando el sol atiza sobre la mesa. Y con sus pros y contras, venga la vitamina del sol, a mordisquitos la tomaré, sin edulcorantes. <br /><br /> </div>
José María Ruiz del Alamohttp://www.blogger.com/profile/17626950313196530679noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1459614484184981567.post-82999832519618301842019-04-12T16:34:00.000+02:002019-04-17T18:43:43.846+02:00Pedazos de vidaPor Esperanza Goiri<br />
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiriyDLsH-uha5Xfs2L8-rwnWTJ_FpAvrY4AHTtTzJ4xq05qxFypoT-t9m3QjoXtYpepoYdj6-QkR7FGnq04LeiEb0i6fzyMw53XXUiENihNu_BCor2vURZW-rtaidOOLSPCB2bLtthused/s1600/miguel+hernandez.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="823" data-original-width="1140" height="287" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiriyDLsH-uha5Xfs2L8-rwnWTJ_FpAvrY4AHTtTzJ4xq05qxFypoT-t9m3QjoXtYpepoYdj6-QkR7FGnq04LeiEb0i6fzyMw53XXUiENihNu_BCor2vURZW-rtaidOOLSPCB2bLtthused/s400/miguel+hernandez.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">Foto: Esperanza Goiri</span></td></tr>
</tbody></table>
He de reconocer que no soy una gran lectora de poesía. Siempre me he dejado seducir y atrapar más por la prosa. Sin embargo, hay dos poetas, que desde mi adolescencia me fascinan, Antonio Machado y Miguel Hernández. Por circunstancias que no vienen al caso, hace unos días tuve que bajarme en la estación de metro que la ciudad de Madrid ha dedicado al poeta de Orihuela. Mientras trataba de orientarme en su amplio vestíbulo para acceder a la salida que me convenía, mis ojos se quedaron literalmente pegados a uno de los grandes paneles de la pared. En tinta negra sobre fondo anaranjado, se podían leer los versos plasmados en la fotografía que ilustra esta entrada. Son los mismos que componen una estrofa de una poesía incluida en el impresionante <i>Cancionero y romancero de ausencias.</i><br />
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Ya lo había leído en anteriores ocasiones, cuando era joven. Sin embargo, como suele ocurrir con frecuencia con las relecturas, la interpretación varía según las circunstancias personales. Una idea lleva a la otra, se conectan aspectos que aparentemente no tienen nada que ver. Unas líneas pueden deslumbrarte en un momento de tu vida. Años más tarde, la admiración vuelve a surgir, pero con un sentido diferente. Se mantiene la esencia, cambian los matices.<br />
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Fue lo que me sucedió esa mañana de primavera. Una conexión instantánea. Llevo tiempo pensando en confeccionarme un itinerario emocional. Como el del metropolitano de mi ciudad. Ese recorrido subterráneo (por aquello de que penetra en lo más íntimo y profundo de mis recuerdos y sentimientos) tendría sus paradas, sus cabeceras de línea, interconexiones, ampliaciones, hasta su estación fantasma. Amo la ciudad de Madrid. A medida que cumplo años, voy atesorando momentos y vivencias que experimento de nuevo cuando deambulo por sus calles y rincones. Cada uno de ellos representa un puntito en ese trayecto personal e intransferible que me pertenece exclusivamente. En el Paseo de la Castellana, cerca de Colón, alguien me dijo una noche que llevaba mi nombre escrito en su frente. En el Parque de Santander, una tarde de verano, mi madre me reconoció por última vez. En la Avenida de América me sentí como Rockefeller con la modesta nómina de mi primer trabajo en el bolso. En una conocida sala de copas de la calle Covarrubias rememoro algunas de las mejores noches de mi juventud. Todas y cada una de las veces que paso por delante de la clínica Belén, vuelvo a sentir ese indescifrable cúmulo de sensaciones, cuando una enfermera me dijo en el paritorio, mientras los médicos terminaban su labor, que había alguien que quería conocerme: un ser diminuto con un gorro blanco calado hasta las cejas. Siempre que transito por el subterráneo de Joaquín Costa veo de madrugada a unos recién casados, "disfrazados” de novios, circulando dentro de un pequeño Fiat azul marino en busca de descanso e intimidad. En una cafetería de la calle Almagro lloré frente a una bebida toda la amargura que me inundaba ante el recién y fatal pronóstico que le habían dado a mi padre. Podría seguir así horas y horas. Por eso, al leer el otro día los versos de Miguel Hernández que él escribió inspirado en sus propias vivencias, no pude dejar de apropiármelos. Aunque su existencia y la mía, no tengan nada que ver, yo, como él, siento que he dejado trozos de mi vida en las calles de Madrid. Ella, generosa, me los devuelve una y otra vez para que pueda reír, llorar, emocionarme… , revivir y detenerme en todas y cada una de las paradas de mi itinerario emocional.Irene Adlerhttp://www.blogger.com/profile/12577785125389891294noreply@blogger.com4