Escribo sobre cíceros



Por José María Ruiz

Grabado que representa una imprenta.
Públicas se hacen estas líneas para deambular por tus ojos, nacidas del núcleo de la matriz, conformando palabras, frases, textos… Públicas porque se muestran en este espectro sideral de internet, donde solo necesitas un golpe de clic para publicar.

Véase que en estos cortos años del siglo XXI se ha llegado a más del 90% de todo lo publicado hasta la vigésima centuria del año del Señor y centurias anteriores. Así, se ha producido una eclosión con graves consecuencias. De entrada, el “libro de estilo” ha desaparecido, lo cual provoca la inconsciencia. Hoy todos somos “escritores”, mas no se asume el ejercicio moral que ello supone, tanto para el escritor como para los lectores.

No todo vale, aunque hoy el “oficio” de escritor se encuentra denostado. Por el simple hecho de darle al clic y publicar nos convertimos indirectamente en “escritores” y “periodistas”, por ello (en consecuencia) deberíamos asumir todos los deberes que conlleva llamarse escritor.

Hace años suponía toda una satisfacción ver impresas sobre papel las frases que habías creado, y si encima tu firma aparecía encabezando el texto, la alegría se multiplicaba. Hace años tenía un precio (tanto monetaria como éticamente) publicar. No significaba un coste cero, ya que para llegar al proceso final de la publicación por el camino habían intervenido una serie de profesionales, siendo Gutenberg el padre de todos ellos. El nacimiento de la imprenta consiguió que la cultura llegase al vulgo y, por tanto, proliferase el pensamiento.

Aquí no cabe una clase teórica de la evolución de la imprenta, solo apuntar que tiende a ser una especie en extinción, únicamente constatar que intervenían seis personas para alumbrar un texto: empezando por el literato, cuyo escrito llegaba a la redacción y era recibido por el maquetador, que diseñaba el formato de la página a la que ha de atenerse el cajista, que lo monta con letras y líneas de plomo; complementado posteriormente con el linotipista. Con la llegada del ordenador desaparecieron, y estos oficios se conjuntaron en una nueva denominación: teclista, el cual otorga cuerpo, interlínea, longitud y fuente. Después entraba en acción el corrector, pieza básica de la limpieza de un texto. Súmese el fotógrafo… Todo ello engarzado pasaba a máquina, donde se lanzaba la plancha y de ahí a rotativa, al papel. Queda impreso. Esto es, básicamente, artes gráficas, un proceso artístico y artesanal. En definitiva, el arte de la fotocomposición.

¿Quién recuerda lo que es un “cícero”? Hoy los cíceros han desaparecido de nuestro lenguaje, más cuando es un término circunscrito a la imprenta. Los cíceros no tienen cabida, ya ni siquiera nos detenemos a formular su medida, ya no predeterminamos porque en internet asumimos la longitud de columna (de caja) asignada por el diseño de “blog” escogido. Si bien (si mal, diría yo), en este mundo de internet la caja de texto se amolda automáticamente a la “caja” de la pantalla sobre la que visualizamos lo escrito. Hoy el cícero no se encuentra en los ordenadores con programa de maquetación (InDesing y Macintosh), ni siquiera en el procesador de texto (Word). Ya ves, el “cícero” es una palabra en extinción, obsoleta ha quedado.

La red de las redes depara que el texto esté ubicado en una única columna, en internet no existen los titulares a cuatro columnas. Y es aquí cuando el cícero toma materia, porque es la medida longitudinal (tanto horizontal como vertical) de la caja. Un cícero mide 4,512 milímetros, el cícero se divide en doce puntos. Estamos ante la medida tipográfica.

¡Ay, cícero! Noble nombre el tuyo, nacido de Cicerón, por ser del cuerpo doce los tipos de una de las primeras ediciones de las obras de este orador romano. ¡Oh, cícero! Tú que pervivías en la regla del tipómetro, emblema transparente donde cohabitabas con centímetros, cuerpos e interlíneas. ¡Cícero!

Cícero sustituido (suplantado) por los centímetros. Loa pobre la mía. Cícero, hago público tu nombre. Cícero, que naciste con la imprenta, ¿dónde te ha dejado hoy la imprenta? ¡Oh, cícero! Pues sobre cíceros escribimos y ya no lo sabemos.


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