Hasta que el otoño nos separe



Por Marisa Díez

Fotograma de Vacaciones en Roma

Todas las personas, en algún momento de su existencia, deberían tener la posibilidad de disfrutar de un amor de verano. Cada año, durante mis días de relax en la playa y mientras observo —no sin cierta envidia malsana, lo reconozco—a esas pandillas de adolescentes entregadas al arte del flirteo, me recorre a menudo el mismo pensamiento: cuántos corazones rotos en unos pocos días…

Y sin embargo hay amores de verano que duran toda la vida. Conozco dos parejas que ahí siguen, bordeando la felicidad absoluta y desafiando el paso del tiempo después de qué sé yo cuántos años. Pero no es lo normal ni desde luego lo más lógico. Es bastante común que se conviertan en algo pasajero, y que, como su propio nombre indica, terminen al tachar el último día del calendario estival. Aunque en ese momento todavía no seas consciente de que su recuerdo, con algún altibajo, perdurará durante largo tiempo en tu memoria.


Porque un amor de verano en realidad no es tan efímero. Es verdad que nunca vuelves a tener otro igual y en el caso hipotético de ocurrirte algo similar, en absoluto tendrá ese punto de involuntario que lo convirtió en único, ni lo vivirás con ese desparpajo cercano a la insolencia con el que te enfrentaste al primero. Pero lo evocarás a menudo, con ese punto de añoranza en que envuelves esos instantes de felicidad que no han conseguido ser maleados con el tiempo. Puedes agarrarte a él incluso después de muchos años, si te encuentras en la necesidad, por diversas circunstancias de la vida, de rememorar algún momento idílico que no haya sido contaminado por el paso de los años y las adversidades.

Los amores de verano pueden ser absolutamente disparatados o, por el contrario, fundamentarse en una lógica más o menos natural. Es decir, hay parejas que, como quien dice, se forman casi de manera inevitable. No necesitan de un gran esfuerzo de ensamblaje. Digamos que podrían estar casi predestinadas por gustos, aficiones, físico o vaya usted a saber. Pero también es posible que la atracción surja por lo incoherente que puede resultar semejante unión. Podría relatar un caso particular en el que sus protagonistas se enamoraron perdidamente sin ni siquiera poder mantener una pequeña conversación, porque él era español y ella francesa y ninguno dominaba el idioma del otro. Y sin embargo todavía recuerdo las muestras de cariño que se profesaban y el dolor que sintieron al despedirse. Ni qué decir tiene que no volvieron a verse nunca más y cada uno superó como pudo su aventura estival, pero podría asegurar que continúa en su mente como si hubiese sucedido ayer mismo.

A veces caemos en el error de intentar retomar un amor de verano. Y entonces, diría que en un noventa y nueve por ciento de los casos, habremos conseguido romper el hechizo que se mantuvo intacto durante mucho tiempo. Descubriremos que la persona a la que idealizamos en la distancia, se ha convertido en un extraño que somos incapaces de reconocer.

Hace dos o tres años me topé con el protagonista de mi particular historia estival. Nos reconocimos al instante, y después de unos momentos de no saber bien qué decir, me sorprendió con la típica frase bienintencionada, “qué bien te conservas, por ti no pasan los años”. Y claro, se me cayó el mito. Aunque me pareció advertir un rictus parecido al desprecio en el rostro de la que me presentó como su mujer. Y entonces intuí que ella también se había dado cuenta de que él me había mirado con ese punto de admiración con que lo hacía a mis escasos dieciséis años. O seguramente fueron imaginaciones mías, no sé…

Y sin embargo, los amores de verano no tienen edad. En cualquier etapa de tu vida puede surgir una aventura que te lleve a disfrutar de ese enjambre de emociones, aunque sepas que es una experiencia con fecha de caducidad. Quizá sus efectos sean menos devastadores que en la adolescencia, pero no por ello menos intensos. Si aún no lo has vivido, deja tu puerta entreabierta. El verano está a la vuelta de la esquina.






3 comentarios:

  1. Qué recuerdos más bonitos y con las mariposas revoloteando en el estómago...gracias por traer ese verano

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  2. Qué recuerdos más bonitos y con las mariposas revoloteando en el estómago...gracias por traer ese verano

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  3. Cuanto más mayor me hago más convencida estoy de que es imprescindible mantener en la memoria los buenos recuerdos y desprenderse de los negativos. Gracias, Son.

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