Besos sin acuse de recibo

Fotograma de El sueño eterno (1946)



Por Esperanza Goiri


“Desde el taxi, y haciendo un exceso, me tiró dos besos… Uno por mejilla” (19 días y quinientas noches. Joaquín Sabina)


“La española cuando besa es que besa de verdad”. Al menos es lo que dice la racial y popular canción de Manolo Escobar. Hay muchos tipos de mujer como para hacer una afirmación tan categórica. Más bien creo que el cantante expresa un anhelo, que por otra parte tenemos todos, de recibir besos auténticos. Nadie quiere el de Judas; ya sabemos las fatales consecuencias que acarrea. Sin llegar a esos extremos de traición, lo cierto es que el significado del beso ha sufrido una evolución vertiginosa, al menos socialmente, que en mi opinión ha desvirtuado su esencia y lo ha banalizado por un uso excesivo. Tan mediático se ha vuelto que tiene hasta su propio día, el 13 de abril. Conmemora el ósculo más largo de la historia, 58 horas, protagonizado, en un certamen, por una pareja tailandesa. Solo de pensarlo se me abren las carnes. Los ladrones de besos también celebran el suyo, el 6 de julio.

En esencia, el beso debe ser una expresión de amor, deseo, afecto, cariño e incluso respeto. Hasta hace relativamente poco tiempo tenía una esfera privada y otra social. Ahora es un batiburrillo. Es omnipresente. Se da y utiliza con ligereza. En muchos casos es una mera formalidad sin sentido. Personalmente, prefería esos tiempos en que se reservaba para el círculo de afectos y se empleaban en sociedad otras formulas de cortesía.

Nunca he entendido la manía de los adultos de obligar a los niños a besuquear a vecinos y conocidos. De pequeña lo odiaba. Ahora que ya estoy del otro lado me solidarizo con ellos y siempre les echo un capote, excusándoles. Tampoco me convence esa costumbre, ya implantada, de saludar con sendos besos en las mejillas en el ámbito profesional. ¿Por qué tengo que besarme con un comercial de Albacete o con la gestora ejecutiva de una oficina? Alguna vez he intentado marcar distancias ofreciendo la mano. Inútil empeño, la agarran y te atraen hacia ellos con los labios preparados. Tampoco hay que dramatizar, es una moda más. Pero, ¿por qué tengo que entrar en contacto con la piel de desconocidos, de gente intrascendente en mi vida como yo lo soy en la de ellos, y que probablemente no vuelva a ver? ¿Hay algo más triste y desangelado que esos simulacros, muy frecuentes en saraos y festejos, en los que personas que no se tragan o se son indiferentes, sin llegar a contactar labios con cachetes, sueltan al aire un falso “muak, muak”? Son los que podemos denominar besos sin acuse de recibo. Ni frío ni calor. “Ni chicha, ni limoná”, que decía mi padre.

Luego están los que se empeñan en demostrar lo mucho que se aman a todas horas. Hay dos versiones: la “heavy” y la “light”. La primera, representada por esas parejas que en reuniones familiares o amistosas pasan la velada haciéndose mutuas y continuas prospecciones linguales en sus bocas, ajenos al resto de asistentes que, hartos e incómodos, rezan interiormente para que acaben enganchados por las quijadas, sea preciso llamar al Samur y éste les libre de su presencia. Si la libido aprieta, o vienes de casa con los deberes hechos o, tras departir un rato, alegas una excusa y te vas. En la segunda modalidad, los tórtolos se dan picos sin parar y entrelazan sus manos constantemente, llamándose con arrobo “bolita de nata” o “pistachito”. Esos diminutivos y apodos cariñosos que producen vergüenza ajena son muy lícitos, faltaría más; pero no deberían salir de la esfera íntima de cada pareja que es su hábitat natural.

En la época de nuestros abuelos y padres, un beso de amor y/o deseo se daba y disfrutaba en la intimidad. No estaba bien visto que se dieran en público. Aquellos besos furtivos, robados y consentidos al mismo tiempo, al abrigo de un árbol, un pajar, un portal, una escalera, tenían su encanto y sabían a gloria bendita. La gente era, en general, más sobria a la hora de manifestar sus afectos y por eso cuando se concretaban tenían un valor real. No se hacía exhibición gratuita e innecesaria de sentimientos.

Ojo, no creáis que estoy en contra de que la gente se bese en público. Hay besos espontáneos y genuinos que demuestran los sentimientos y son bonitos de ver. En determinados momentos tu pareja, un familiar o un amigo hace o dice algo que instintivamente despierta en nosotros un deseo irrefrenable de “comértelos a besos”. Es muy triste que en pleno siglo XXI existan países y culturas que castiguen con pena de multa y prisión a los que se besan o simplemente van de la mano por la calle. Más que normas restrictivas y prohibiciones, la naturalidad y el respeto a los demás son la clave para besarse a placer y libremente.

Tal vez haya alguien piense que soy una “siesa”. No voy a negar que no me agradan las manifestaciones empalagosas y superfluas de afecto. Me gusta besar y ser besada, pero cuando procede. Dar al beso su entidad y valor. Por eso, si la ocasión lo requiere, no hay nada mejor que emular a Lauren Bacall, en una escena de la película El sueño eterno, cuando tras ser besada en el coche por Marlowe/Bogart, le pide mirándole a los ojos: “otro”.

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