Videoteca y filmoteca


Por José María Ruiz


Fachada del cine Doré, sede de proyecciones de Filmoteca Española
Por soñar, soñaba con tener un cine en casa. Sí, un cine, con una pantalla que ocupase toda la pared del dormitorio, y al ritmo de los 24 fotogramas por segundo, donde el celuloide transita a través del proyector. Una programación a la carta, un patio de butacas con un único asiento. Formar una “biblioteca” con rollos de películas a 35 y 70 milímetros. Por soñar, soñaba con comprar un cine, y darle la filosofía de un cine de barrio, la vida de un cinestudio.

Vano ensueño, lo máximo que llegué a tener fue un CinExin, para nada alcancé los 8 milímetros. Ilusión, en ella vivía. Una ilusión truncada a finales de los años ochenta con el cierre de los cinestudios. Madrid se despoblaba de cultura cinematográfica, solo pervivía el cine de estreno (con cuya política no comulgo) y las salas X (sesión continua desde las 10.00 horas).


Fueron días sin cine; días y noches de trabajo. Años sin cine. Mas para engañar el hambre aparecieron los vídeos: VHS, Betta, 2000. Brotaron los vídeo-clubs por toda la geografía hispana. Con una mano abarcabas toda una película. Era posible crearse una “biblioteca” de películas: videoteca. Se coleccionaba “cine” en casa, aunque el soporte de la contemplación fuera la televisión: cine en pequeña pantalla.

Alquilaba películas en el vídeo-club, grababa películas de los canales televisivos. Creé una grata recopilación con los hermanos Marx, Chaplin, Keaton y Harold Lloyd. A la que se añadió alguna obra de Billy Wilder, John Ford, Edgar Neville… Unas cuantas estanterías de cintas VHS cobija mi habitación. Y apareció el DVD, que dio la puntilla al VHS; ahora se lleva la “dvdteca”, claro que ya está aquí el blu-ray… Naturalmente, o no tanto, sigo albergando en casa esas películas en VHS, de ahí que si algún lector de esta entrada quiere deshacerse de tan prehistórico artilugio puede ponerse en contacto conmigo, que un servidor se lo agradecería infinito.

Pantalla de televisor, pantalla de ordenador. En este caminar del tiempo nos llegó la revolución de internet, el mundo al alcance de un clic, y el mundo del cine al alcance de las descargas, la piratería a golpe de ratón. Dame unos gigas, ya tengo la película en el pen-drive: ¿”pen-driveteca”? ¡Ay, la vida en el youtube! Youtube donde encontré a Capulina y Viruta. ¡Ay! ¡Ay, que se descargan ilegalmente más de mil películas al minuto en España! ¡Ay, que hasta centenares de películas se albergan en un disco duro!

Fueron años donde las pantallas de cine se hacían cada vez más pequeñas, y los televisores aumentaban y aumentaban sus pulgadas. Ya no se va al cine tal, sino a la sala tal del cine tal, y hay cada sala que da miedo. Años donde el “home-cinema” se instala en casa.

Naturalmente, no se apagó mi sed. Anhelaba ver películas en pantalla grande, compartir risas en el patio de butacas. Un último reducto divisé en Madrid a principio de los años noventa: el cine Doré. Sí, la sede de proyecciones de Filmoteca Española, y aunque no cumple ese requisito de sesión continua, sí ofrece un precio muy reducido y manifiesta una filosofía de amor al séptimo arte. Bien se ajusta con la propuesta de cinestudio, y elevado a la potencia, porque si en el ayer te aventurabas con dos películas de un director, ahora se puede contemplar toda la filmografía de un autor. Se abren las puertas de la historia del cine: Ozu, Renoir, Chomón, Cukor…

Y ante este paraninfo ejecuto una pequeña parafernalia que toma sentido al principio de cada mes con la aparición del programa mensual de Filmoteca Española, el cual abre un abanico de propuestas con cuatro películas diarias: la selección de lo que se va a ver resulta obligatoria. Imposible sacar entrada por internet, nada de butacas numeradas, de ahí las colas que se forman para adquirir una localidad; y en los ratos anteriores a tomar asiento surge el coloquio, la amistad, ya que la filmoteca es punto de encuentro. Recogimiento de silencio cuando se ilumina la pantalla (el cine de barrio y el cinestudio se conjugan), la película ha comenzado. Solo resta un soneto que me han regalado.

               Cinéfilos, monstruos de filmoteca
               de aspecto medio humano, medio androide
               casi os alimentáis de celuloide
               y habéis hecho del cine vuestra Meca.

               A veces “sois” Tarzán, o un karateka,
               o un apuesto galán, o un antropoide
               y, en la censura, rombo ni romboide,
               apagan vuestra sed (vana ley seca).

               Mientras yo voy siguiendo mi camino,
               sé qué bello es vivir días sin huella
               si los pagan mi tío o el padrino.

               Y confío en que pueda ser estrella
               —como Chaplin o Hitchcock o Cimino—
               alguno de estos “ebrios” sin botella.




Por ser, soy espectador de cine.

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