Refranes: filosofía de vida





Marisa Díez


A buen entendedor…

En una ciudad como Madrid, donde el casticismo se mantiene a flote a duras penas y, con frecuencia, únicamente lo vemos reflejado en nuestros mayores, los dichos populares o refranes forman parte todavía de su léxico habitual. Una conversación más o menos larga con un madrileño de los de varias generaciones (individuo, por otra parte, poco sencillo de localizar), se verá inevitablemente salpicada de diversos aforismos que han sobrevivido al paso de los años, incluso, de los siglos.

Pero lo mismo que en la capital ocurre en cualquier ciudad castellana. Y, en mayor o menor medida, cada provincia o territorio histórico conserva sus propios refranes, reflejo de la idiosincrasia de sus habitantes y de su evolución histórica. La sabiduría popular es capaz de encontrar respuestas a determinadas situaciones que, sin estos dichos particulares, no podríamos comprender. A menudo, uno solo de estos refranes nos ofrece la explicación que, de otra manera, no hubiéramos podido averiguar.
Y cuántas veces nos sorprendemos repitiendo aquel mismo latiguillo que, durante años, hemos escuchado en nuestro entorno familiar, sin pararnos realmente a analizar su significado. Incluso los grandes autores de nuestra literatura los han utilizado en numerosas ocasiones para caracterizar y dotar de personalidad a los protagonistas de sus historias. El mayor divulgador de refranes en lengua castellana sería, sin duda, nuestro Sancho Panza. A partir de él, diferentes personajes, reales o inventados, han contribuido a mantener intactas con el paso de los años estas peculiares modalidades de expresión, capaces de dar a la filosofía popular carácter de sentencia firme y acatada, casi como un auténtico dogma de fe.

Los refranes definen situaciones (Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer) y explican comportamientos (Piensa mal y acertarás). Aconsejan sobre los caminos a seguir (Donde fueres haz lo que vieres) o discuten sobre la necesidad de tomar una determinada decisión (Más vale pájaro en mano que ciento volando). A menudo nos vienen a la cabeza en momentos puntuales desde lo más recóndito de nuestra memoria, como un chispazo de genialidad que nos ofrece la respuesta que buscábamos. O esa frase que hemos escuchado durante años en nuestro entorno familiar sin darle la menor importancia y, de repente, nos vemos utilizándola como la mejor forma de explicar a nuestro interlocutor lo que realmente deseamos. Los refranes enriquecen nuestro vocabulario y nuestra manera de expresarnos. Es imprescindible que continúen perpetuándose en el tiempo, al igual que aquellas historias que cantaban los juglares en la Edad Media, y de la misma manera que se ha estado haciendo durante siglos: de boca a boca y a través de generaciones como la mejor manera de transmitirlos.

Bien es cierto que las nuevas tecnologías impulsan cada vez menos esta manera de comunicación que ha sobrevivido al paso de los años. Actualmente se escribe, o se mal escribe, pero se conversa poco. Se envían millones de mensajes a lo largo del día a través de las redes sociales y de los dispositivos móviles, en los que se impone la velocidad de transmisión por encima de la buena escritura. En este mundo interactivo que vivimos deberíamos encontrar la manera de mantener y transmitir el saber popular que encierran nuestros refranes. Estamos de acuerdo en que el saber no ocupa lugar. Los refranes engrandecen y dan valor añadido a una lengua, en estos tiempos en los que se encuentra ciertamente vapuleada por la celeridad que prima en la transmisión de informaciones. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Intentemos evitarlo.

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