¿Por qué no recordamos nuestros primeros años de vida?

Por Juana Celestino

Fotografía de Robert Doisneau




“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero…”. Estos versos de Antonio Machado, que hacen alusión a su casa natal de la calle Dueñas, evocan las primeras imágenes que el poeta tiene de su más tierna infancia. De la filósofa María Zambrano sabemos, a través de su correspondencia, que uno de sus primeros recuerdos es el viaje que hacía en brazos de su padre, desde el suelo hasta su frente. Otro poeta, Rubén Darío, recuerda que cuando apenas comenzó a andar, un día se perdió y, después de buscarlo por todas partes, lo encontraron tras unos matorrales debajo de las ubres de una vaca. El escritor alemán Goethe, en una de las primeras páginas de su biografía, cuya redacción comenzó a los sesenta años, nos cuenta que lo más lejano en el tiempo que cree recordar es cómo le divertía arrojar piezas de loza a la calle para verlas estrellarse ruidosamente contra el suelo. Es el propio Goethe el que nos dice que, cuando intentamos rememorar nuestra más temprana infancia, no podemos asegurar si lo que recordamos es porque otros nos lo han contado o se debe a nuestra propia experiencia.

Aunque parezca extraño, tenemos memoria antes de nacer. Esto es debido a que en los últimos meses del embarazo se desarrolla nuestro sistema nervioso al tiempo que nuestra memoria. El feto puede reconocer estímulos externos como la voz de su madre, una música o cualquier otro sonido cotidiano. Sin embargo, todos estos recuerdos, así como lo vivido durante nuestra más temprana infancia, se irán difuminando y hacia los siete años llegarán a desvanecerse en nuestra memoria. Serán los recuerdos que más adelante aflorarán en nuestros sueños, pesadillas, en situaciones extremas o en terapias; también explicarán el origen de nuestros miedos y fobias, así como de nuestras predilecciones. 

La obsesión de los humanos por los recuerdos ha dado lugar a numerosas investigaciones sobre el tema, que han concluido que es muy raro tener memoria de experiencias anteriores a los tres o cuatro años de vida. Esa falta de recuerdos de lo acaecido a la edad más temprana se denomina amnesia infantil, término acuñado por Sigmung Freud. 
Según estudios de científicos canadienses, esta amnesia es una consecuencia de la actividad del cerebro del niño mientras se está desarrollando. Las nuevas neuronas creadas, necesarias para el aprendizaje, serán las mismas que eclipsarán en la memoria los primeros recuerdos infantiles. Por el contrario, el descenso en la generación de nuevas neuronas, coincidirá con la habilidad de formar recuerdos duraderos. A los cuatro años los niños aún recuerdan vivencias de cuando tenían 18 meses de vida, pero después los olvidan al estar ocupados en nombrar lo que ven, describir lo que viven y poner orden en sus nuevas experiencias, lo que les facilitará poder memorizarlas en un futuro.

Los estudiosos sobre este tema informan que a la edad en que los niños empiezan a hablar (con uno o dos años) tienen dos niveles de memoria: el genérico (las características de nuestra casa, los dulces que nos gustaban…) y el episódico (hechos concretos, como unas vacaciones en el pueblo de los abuelos o el reencuentro con aquel perro del que nos hicimos amigos). De todas estas experiencias hacemos una selección y entramos en un tercer nivel, el de la memoria autobiográfica, que será la que componga nuestra historia vital. Cuando logramos la habilidad expresiva suficiente como para construir una historia, adquirimos la capacidad de memorizar episodios de nuestra vida. Así, el comienzo de la memoria autobiográfica, que se forja cuando el niño comparte recuerdos en una conversación, marcará el final de la amnesia infantil. 

¿Qué podemos hacer ante esta falta de recuerdos? 
Quizá la mejor recomendación sea rescatar esas vivencias perdidas en nuestra mente a través del relato de otras personas (nuestros padres, familiares y allegados) para generar anécdotas que, si bien no van a formar parte de nuestros propios recuerdos, contribuirán a perfilar fragmentos de nuestra propia historia. Por otro lado, es recomendable potenciar la memoria en los niños a través de relatos de lo que han hecho durante el día, y enseñarles los conceptos relacionados con el tiempo, como ayer, hoy, tarde, mañana...; mostrarles fotos de acontecimientos (cumpleaños, vacaciones) y explicarles el paso de los años. Se ha comprobado que los niños que han mantenido conversaciones con sus padres, tienen mejor memoria de su infancia que los que han tenido progenitores de pocas palabras.

A lo largo de nuestra vida vamos construyendo futuros recuerdos, y conocer cómo se ha desarrollado nuestra memoria autobiográfica es de gran importancia para la comprensión de nosotros mismos, pues cuando nos recordamos en nuestro pasado entendemos mejor lo que hoy somos.

¿Cuál es tu primer recuerdo?

0 comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.