Vidas en guerra

    Foto: Joseph Eid / AFP


Por Juana Celestino

No suelo ser una paseante muy activa por las redes sociales. Cuando me decido a recorrerlas, me mueve más la curiosidad de ojear las publicaciones de los amigos asiduos, físicos o virtuales, que la de presentar las mías propias. Una vez echado el vistazo y celebradas con algún “me gusta” o comentario las noticias compartidas, me dejo llevar y doy a las publicaciones de los desconocidos una pasada rápida que a veces me resulta difícil frenar, convencida de que encontraré algo que no puedo perderme. Pero en general no tengo mucha paciencia y si pasados unos minutos no veo nada que capte mi interés, cierro de golpe la aplicación, lo que, supongo, me salva de caer en la disfunción narcotizante que pueden provocar estas redes.

Pero siempre quedan ahí ocultos artículos, vídeos o imágenes que están aguardando para tocarnos de lleno, y al toparnos con ellos nos sentimos recompensados de otras búsquedas tediosas e infructuosas. Es el caso de la conmovedora fotografía que ilustra este texto, una de las muchas que han ayudado a poner un rostro a la guerra en Siria. El hombre que aparece en ella se llama Mohammed Mohiedine Anis, tiene 70 años y reside en Alepo. Su casa ha quedado destruida por los bombardeos y se le ve en medio de la devastación de su dormitorio, del polvo y de los escombros, fumando su pipa mientras escucha música y mira pensativo cómo gira el vinilo bajo la aguja. Una imagen de soledad aliviada por el bálsamo de la música, ese arte sin el cual, decía Nietzsche, la vida sería un error.

Aun en los momentos más trágicos la vida no se detiene y las personas siguen atendiendo a su subsistencia, a sus obligaciones, sus deseos, incluso sus sueños. Aunque la guerra haya dejado una huella imborrable en ellos, todos se afanan en una vida que de repente se ha convertido en un juego peligroso. A Mohammed Mohiedine la suerte, de momento, le ha dado la oportunidad de poder reconstruir su vida, incluso alberga la ilusión, según contaba a un periodista, de rehabilitar su negocio de coches antiguos, reparando alguno de los pocos que ha escapado a los ladrones y a la destrucción.

Sin embargo, cerca de medio millón de sirios no han sido tan “afortunados”, víctimas de la brutal ofensiva de El Asad y sus adversarios, con sus respectivos aliados internacionales, y de grupos rebeldes que los han secuestrado y asesinado usándolos para su causa como escudos humanos. A ello hay que sumar los millones de personas que han perdido su hogar, provocando oleadas de refugiados que Europa considera una amenaza (aunque la gran mayoría se ha desplazado a países próximos a Siria), cerrándoles sus fronteras, y si sobreviven se preguntarán a dónde volverán si algún día termina esta guerra. Este mes se ha cumplido seis años de su inicio.

Tras la caída de los dictadores Gadafi, Ben Alí y Mubarak, el grafiti “Es tu turno, Doctor”, en referencia a El Asad, que es oftalmólogo, apareció en la pared de una escuela. El arresto y la tortura de los adolescentes sospechosos de escribirlo originó manifestaciones, duramente reprimidas, que pronto degeneraron en una rebelión armada y luego en una guerra civil (más bien contra civiles) que ha causado un éxodo de población sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.

Los niños son los más afectados por la violencia, el miedo y el desplazamiento. Muchos de ellos han sido reclutados para luchar directamente en primera línea, obligados a ser terroristas suicidas, verdugos o carceleros. Algunos de los que sobreviven, mal nutridos y sin escolarizar, “disfrutan” del día a día con juegos en escenarios de guerra, como se ha visto en alguna imagen zambulléndose en las piscinas que se forman en los hoyos provocados por obuses. Aún así, sus vidas quedarán marcadas con consecuencias para su salud, su bienestar y su futuro por unas circunstancias que un niño jamás debería experimentar. No mejor es la suerte de muchas mujeres, sometidas a la humillación, el abuso sexual y la esclavitud, y a las que la miseria y la desesperación de sus familias han empujado a matrimonios forzados. Y el alto porcentaje de viudas, o casadas con maridos minusválidos, e hijos a su cargo, que no están preparadas para vivir solas e integrarse en el mercado laboral en un país conservador donde son los hombres los que trabajan y mantienen a sus familias.

Pero son precisamente las mujeres sirias el símbolo de un país que anhela emprender el camino hacia la paz. Aunque hay poco eco mediático sobre el tema, existen organizaciones de mujeres dedicadas a la ayuda humanitaria; a rescates tras los bombardeos; profesionales que han implantado cursos para combatir el analfabetismo de las mujeres; que actúan de acuerdo a las necesidades locales, como en las zonas rurales, donde luchan para evitar el reclutamiento de niños/as soldado. Ellas son también las que documentan las violaciones de los derechos humanos y crímenes contra la humanidad que ha producido el conflicto. Incluso se afanan por parar la guerra con su participación en las negociaciones políticas orientadas a este fin, llegando a constituir una fuerza mejor organizada que los partidos de la oposición,. Son las artesanas del tejido invisible que se está construyendo en Siria para que la vida en paz sea posible
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