Cambio de dígito


Por Marisa Díez

Los esfuerzos de Sísifo



En agosto cumplo cincuenta años. De vida, me refiero. Y he decidido escribir algo sobre esta cuestión que me tiene últimamente un poco obsesionada. En plan terapia o similar, no estoy segura. Y es que lo llevo fatal. Ya sé que hay gente que me mira raro porque reconozco algo que los demás callan. Pero también tengo claro que muchos de los que me observan de reojo, silenciaron sus propios prejuicios cuando los cumplieron, si es el caso, y otros, directamente, negaron que tuvieran el más mínimo problema en alcanzar tan mágica cifra. Se muestran encantados por llegar a esa edad tan redondita, tan de medio siglo, tan de acumular experiencias positivas y tan de ser mucho más sabios. Y te explican, sin el menor sonrojo, que debes estar contenta por haber llegado a esta etapa más o menos en forma y sin cataclismos. Que no tienes derecho a quejarte, que mires a tu alrededor y encontrarás mil y una razones para estar feliz y satisfecha de celebrar tan exclusiva efemérides. Pero no sé, la verdad es que a mí no me convencen. Me ofrecen unas razones bastante manidas y muy poco originales, así que me dejan con la sensación de estar buscando consuelo en las personas equivocadas.


Por eso, he optado por cambiar de táctica. Intentaré convencerme a mí misma de que estoy en la mejor edad para, para…, por ejemplo, intentar evitar los niveles altos de colesterol dando paseos interminables, algo que, por otra parte, he hecho desde pequeñita. O para poner en marcha esos proyectos que nunca pude llevar a cabo porque no era el momento, de la misma manera que ahora tampoco lo es. O quizá, para algo un poco más sencillo: disfrutar de esa vida que tiene ya muchos más años por detrás de los que le quedan por delante.

Definitivamente, veo que no soy capaz de convencerme. Lo intentaré de nuevo a ver qué sale.

Hace unos días, en un centro comercial fui testigo de un suceso que me dejó un poco descolocada. Bajaba por una de esas rampas automáticas hacia la planta inferior, cuando de repente observé a un anciano que intentaba ascender al piso de arriba por la misma rampa que yo descendía. Daba pasos inútiles intentando avanzar en un movimiento infructuoso que le dejaba siempre en el mismo sitio. Cuando me crucé con él no supe reaccionar para sacarle de su pesadilla. Se le veía asustado y sin entender el motivo de su estancamiento. Pero seguía dando zancadas que no le conducían a su destino. Por fortuna, alguien pudo explicarle al fin que se había equivocado de rampa y que por ella no conseguiría nunca llegar a la cima. Entonces se dejó caer, casi sin fuerzas, y el mismo movimiento de bajada le dejó en su casilla de salida. Allí se quedó durante un rato, mirando a un lado y a otro, absolutamente desorientado y perdido, sin entender la razón última por la que no había logrado su propósito.


Me quedé pensando durante todo el día en lo que consideré como una auténtica metáfora de la vida misma. Se trata siempre de luchar por alcanzar un objetivo para el que no dejarán de ponerte trabas. Cuando crees encontrar el camino correcto, una circunstancia imprevista te puede impedir avanzar. Y cuanto mayor eres, más barreras encuentras. Ya sé que llegué a una conclusión de lo más pesimista, pero qué queréis que os diga, ya os advertí que no le veo grandes ventajas a esto de cumplir años.

A pesar de todo, estoy firmemente decidida a cambiar de actitud. Ya que el resto de la humanidad, con su infinita hipocresía, se empeña en convencerme de la suerte que tengo por llegar en buena forma a esta mágica edad (por supuesto, me abstengo de enumerar aquí todos mis achaques), de ahora en adelante me aplicaré en buscar las ventajas escondidas que se encuentran en la década que estoy dispuesta a estrenar.

Admito que cruzar la frontera me produce cierta inquietud y una sensación cercana al hastío, ante la obligatoriedad que se le suponen a ciertas efemérides de realizar esa especie de balance de lo que ha sido tu vida. Pero yo, que me encuentro en este momento aproximadamente en la mitad de mi particular rampa, no veo en realidad ninguna razón para dejar de seguir en la lucha, segura como estoy de que lo mejor siempre está por llegar. Aunque, de vez en cuando, en algún tropiezo, me descubra dando los mismos pasos en falso que aquel viejecillo del centro comercial.


2 comentarios:

  1. Yo también pienso que todos los que se muestran tan encantados de llegar a esa edad tan bonita que es "la cincuentena", cuanto menos están disimulando...
    Pero no desesperes, la vida está llena de sorpresas incluso para los que han abandonado esa época dorada que fue la juventud. Y digo juventud hablando en términos exclusivamente "físicos", claro está.

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