Dulce hogar


Por Marisa Díez



La casa de tus padres es una especie de baúl de los recuerdos donde encuentras siempre los objetos más inimaginables. Mientras crecías, te dedicabas a guardar todo aquello que para ti era un verdadero tesoro (la entrada de tu primer concierto, las postales de las vacaciones que te enviaban tus amigos o un simple llavero que en algún momento creíste que traía buena suerte, por poner un ejemplo) y, cuando llega la hora de abandonar el nido, no sabes bien qué hacer con todas aquellas reliquias de las que nunca fuiste capaz de desprenderte. Por eso suplicas a tu madre que te deje seguir conservándolas en un rincón de cualquier armario, porque intuyes que, en el momento más insospechado, vas a volver a necesitarlas. Un día te hará falta tu llavero de la buena suerte y lo que en verdad te da fuerza es saber que lo encontrarás en el mismo lugar donde lo escondiste la última vez.

Tu primer hogar es el refugio al que en ocasiones necesitas volver. Por muchos años que pasen, recordarás siempre de forma milimétrica la disposición de los muebles en cada habitación o los trastos y enseres que se repartían aquí o allá. Hay días en los que te sientes capaz de evocar, sin ningún esfuerzo, las anécdotas más inverosímiles que ocurrieron entre esas cuatro paredes. Incluso en el caso de que tu marcha fuese absolutamente voluntaria y deseada, siempre hay un resquicio para la nostalgia, porque muchas de tus vivencias, las que te formaron como persona y te convirtieron, mal que bien, en el individuo que eres hoy, ocurrieron en aquella casa, que siempre será “tu” casa.

Por eso a veces te da por revolver entre los trastos, y podrías pasar una tarde entera evocando momentos y situaciones que a menudo te dibujan una sonrisa. Pero es que en la casa de tus padres lo encuentras todo, y si no es exactamente lo que buscas, desde luego siempre aparecerá algo similar a lo que necesitas. ¿Quién no ha escuchado a su madre en alguna ocasión asegurar algo así como “por casa debo de tener yo todavía guardado…”? Y añádase a continuación lo que sea menester en cada caso particular.

De la casa de tus padres necesitas casi todo y casi nada a la vez. Cuando te marchaste decidiste empezar de cero tu nueva vida e incluso llegaste a pensar que nada de lo que allí dejabas podría ya hacerte falta. Y sin embargo, con el paso de los años, no has sido capaz de desprenderte de ninguna de tus reliquias, ni siquiera de tu llavero mugriento de la buena suerte, al que recurriste como amuleto en tu examen de conducir o en tu primera entrevista de trabajo. Ni qué decir tiene que, en ambas ocasiones, saliste airosa del trance gracias al mágico poder de aquel infalible objeto. Aprobaste por fin, aunque fuese a la tercera, y aquel empleo de tu vida te duró más de un par de meses. Una eternidad.

La casa de tus padres es el único lugar al que siempre puedes volver sin que nadie te pida demasiadas explicaciones. Bueno, siempre y cuando no te pases la vida yendo y viniendo, porque en algún momento es inevitable asumir el riesgo y dar la bienvenida a la edad adulta. Y es que lo de volver a ser un niño, por ahora, tan sólo es el título de una canción. Qué pena…

2 comentarios:

  1. Me encanta como plasmas en su "tinta" los sentimientos. Precioso artículo. Quiero más!!!

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    1. Claro, Son, es que tú tienes los sentimientos de los que hablas a flor de piel. Es lo que ocurre con un océano de por medio. Gracias, guapa.

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