Acaece

Por José María Ruiz del Álamo

Golondrina - Amor (1934), de Joan Miró.
Un segundo y acaece la vida. Dichosa palabra sin poesía, prosa universal: vida. No busques un verso, asfixiado queda por la hipoteca; dada a la prosopopeya, ¡menuda epopeya!, sin pompa y con mucha circunstancia.

Siempre en el crecer acaece el ser: arroyo volcánico de sentimientos, profundo lago de reflexión, catarata de tribulaciones administrativas, río de la vida, charco nigérrimo, afluente reverberante y océano de soledad.


Porque cuando una sonrisa acaece, se dibuja el amanecer; así tras un beso alumbra la aurora boreal, y ante el amor no hay palabras que describan la paz. Si tu mirada acaece, me pierdo en ella, con tu risa se olvida la penuria y cuando la lluvia burbujea en tu pelo me desvelo.

En el quehacer la vida en el vientre soy tú, en el brotar una sinfonía del alma eres yo, y en el vivir la existencia somos uno.

Mas la realidad acaece (con muchos peros). ¡Qué es eso de vivir en las nubes! Resurgen los gritos del silencio, la penuria del desconsuelo, los truenos del infierno, la amargura del recuerdo. Sal para mis heridas, ya acaecen lágrimas y pesares, espejo cóncavo que refleja, sin ambages, el esperpento.

Una rima, dos tormentos; iracundo crédito vencido, desahucio inminente. Un verso que se transmuta en alejandrino, y ante la funesta subida de la luz di “no”. Dichoso soneto (con sus cuartetos y tercetos), ¿quién nos libra de la aflicción?

Sucede que la vida acontece y ante ella acaecen arremolinados arroyos de pasiones.


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