Rompiendo silencios

Cartel de Antonella Piagio Larzabal


Por Marisa Díez


Miró varias veces a derecha e izquierda antes de salir del portal. Encogida sobre sí misma y disimulando un temblor incontrolable bajo su amplio abrigo negro, se dispuso a cruzar la calle. Era la primera vez que abandonaba el piso de acogida desde que se había instalado allí dos semanas antes. Llegó consumida por el miedo y arrastrando múltiples contusiones provocadas por la última paliza. Mercedes siente que su historia es sólo una más de las que cada día reflejan los medios de comunicación cuando denuncian la violencia de género. Hace años que su maltratador la dejó anulada como persona y convertida en un simple objeto en el que aquel monstruo descargaba su furia cada vez con más ímpetu.

Si hace años, cuando le conoció apenas superada la adolescencia, le hubieran dicho que algo así podría ocurrirle, jamás lo hubiera creído. Tomás fue siempre un buen compañero durante los años de su noviazgo. Un poco celoso; quizás algún arrebato de ira que ella no supo identificar. Y aquella mirada parecida a la lástima cuando le explicaba, ilusionada, sus planes de futuro. Señales que no le sirvieron de aviso porque ella le quería y pensaba en la suerte que había tenido al conocer a un hombre tan preparado y cariñoso como parecía ser Tomás.


El primer golpe llegó de improviso. Un azote al que no dio importancia, después de una discusión absurda sobre un programa de televisión. Durante años la estrategia consistió en el desgaste psicológico, que la convenció de su incapacidad para avanzar y conseguir un estatus diferente al de ama de casa. Su efecto fue tan devastador que Mercedes dejó de relacionarse con el exterior, convencida de su nulo valor como persona. Pero con el primer puñetazo en su rostro descubrió que su martirio no había hecho nada más que empezar. A partir de ahí, el silencio y la destrucción. Las lágrimas que se terminan. El horror.

Fue una de esas vecinas con las que se cruzaba cada mañana en la escalera la primera en dar la voz de alarma. Una noche, un golpe más fuerte que los anteriores y unos aullidos de dolor que le traspasaron los oídos, la asustaron, dejándola paralizada. Sin pensarlo un minuto, descolgó el teléfono y dio aviso a la policía. La misma patrulla que acudió al domicilio fue la encargada de avisar a la ambulancia que la atendió y la trasladó al hospital.

Desde entonces Mercedes intenta empezar una nueva vida. Las secuelas físicas duraron sólo unas semanas y Tomás fue detenido, aunque puesto en libertad días después a la espera de juicio. Por eso hoy, al cruzar la calle, ha sentido terror al imaginar una sombra tras la esquina que la observa, agazapada. El miedo la paraliza y le impide avanzar cada vez que un extraño se le acerca. En ese momento sólo desea ser capaz de salir corriendo, encontrar refugio y dar gracias por no haberse convertido en una cifra más de esta barbarie.


*700 mujeres asesinadas en España durante la última década por violencia machista.





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