¿Cuál es la banda sonora de tu vida?





Esperanza Goiri

Sin música la vida sería un error
Friedrich Nietzsche

Al hablar de una banda sonora inmediatamente pensamos en la música que acompaña a las grandes producciones cinematográficas. Esa banda sonora está compuesta por un determinado número de temas musicales que constituyen parte de la obra y son imprescindibles para generar las diferentes sensaciones que van dirigidas a transmitir un mensaje concreto.

A lo largo de la vida cada uno de nosotros, vamos creando nuestra propia y personal banda sonora original (BSO). Son las canciones y melodías que forman parte de nuestra existencia y van indisolublemente unidas a las emociones, recuerdos y experiencias personales.

En las películas es tal la importancia de la banda sonora, que muchos filmes son reconocidos y recordados por una o varias de sus canciones. En el trayecto vital de las personas sucede lo mismo. Es oír una canción o una melodía concretas y un torrente de sensaciones nos abordan, sin pedir permiso, trasportándonos a un momento muy específico de nuestra vida llenándonos de nostalgia, alegría, rabia, ternura, tristeza…


Una banda sonora se suele estructurar en tres partes: el tema de entrada que acompaña a los títulos de inicio o a la primera escena; la música de fondo o incidental, que complementa las escenas que constituyen la trama de la historia y, por último, el de cierre que es la composición musical que suena en los títulos de créditos finales.

Estableciendo un paralelismo entre una película y la vida, podemos decir que los temas de entrada lo constituyen todas las melodías que han formado parte de nuestra infancia: las nanas que nos mecían en la cuna, las primeras canciones aprendidas en clase y en el recreo, las sintonías de los dibujos animados, incluso ciertos eslóganes comerciales. Varias generaciones de españolitos se han criado al son de: “Vamos a la cama que hay que descansar”, “Yo soy aquel negrito del África tropical”, “Abuelito dime tú”, “Susanita tiene un ratón” y tantas otras. Es posible que no las tengamos grabadas o que no nos acordemos de toda la letra, pero al escucharlas nos transmiten olores, sabores, imágenes de profesores y juegos, que nos hacen revivir la niñez.

Qué decir de la música de fondo, ahí es donde se concentra el meollo, el “nudo” de la trama. Se correspondería con las etapas centrales de la existencia: adolescencia, juventud y madurez. Quién no se emociona al volver a escuchar esas canciones que acompañaron los primeros escarceos amorosos, las largas vacaciones estivales, las ansias de independencia, las frustraciones y desafíos con o sin causa. Son esas melodías que ya en la madurez, una noche cualquiera nos sorprenden en un local, una fiesta, a través de una emisora y nos retan a perder el sentido del ridículo, a dejarnos llevar y a volver a sentir, por un momento, que todo es posible.

Respecto al tema de cierre, salvo que seamos muy previsores y dejemos las cosas bien detalladas, no queda más remedio que confiar en el buen gusto y juicio de los que nos acompañen en ese trance. Pero no hay que obsesionarse, es sabido que son pocos los que se quedan a leer los títulos de crédito.

Las canciones que forman parte de nuestra BSO no tienen que ser necesariamente bonitas o memorables, de hecho algunas pueden ser horteras o ramplonas, sencillamente son las que son. Unas porque han sido elegidas por nosotros y otras porque así lo han querido ellas. Efectivamente, hay canciones que se cuelan en nuestra vida al estar presentes, por azar, en un momento importante y ya siempre asociamos esa vivencia a esa música; otras veces, relacionamos esa melodía con alguien querido o con una determinada época de nuestra vida y, aunque nosotros nunca la hubiéramos escogido, pasa a formar parte de nuestro equipaje vital.

Las que sí elegimos conscientemente suelen ser canciones con las que nos identificamos. Son aquellas que el autor, aunque no nos conozca de nada, parece haber escrito o compuesto para nosotros. Son las que escuchamos para subir el ánimo, compartir con los que queremos, ponerlas a todo volumen y cantarlas a pleno pulmón. Las que nos relajan mientras conducimos o estamos trabajando. Y las que, a veces, nos hacen llorar a escondidas.

Un mismo tema musical puede formar parte de la banda sonora de muchas personas pero, para cada una de ellas, el significado y los recuerdos que le sugieren serán únicos e irrepetibles. Ahí radica la grandeza y el poder de evocación de la música.

¿Te gustaría jugar a ser realizador y montar la BSO de tu vida? ¿A qué esperas?







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